Casi todos nuestros temores, deseos y sueños habitan un lugar solitario que está dentro de nosotros y en el que, paradójicamente, muchos confluimos, a veces a destiempo, otras compartiendo espacios paralelos. A este lugar solitario en el que buscamos refugio y respuestas a través de la música, la literatura, el cine, la pintura, el ARTE, sois todos bienvenidos.
- Es esa en la que invertimos la mayor parte de nuestro tiempo, aquella en la que pronunciamos nombres y formulamos deseos en silencio. Es la que nos hace vibrar, la que nos ayuda a seguir viviendo la vida que tenemos. Es la que puebla nuestros sueños y anhelos y nos incita a actuar. La que cuando no tenemos otra, al estar postrados o inmóviles, nos permite seguir viviendo. Es la que nos hace bailar, convertir la música en un paisaje o dibujar un mapa de Canadá y viajar por donde siempre quisimos. Es pura seducción.
- Ah, es la vida soñada, la vida perfecta...
- No, no es eso
- ¿Hay dolor en ella?
- Claro, y lágrimas, y decepción, al igual que risas...Es una vida ordinaria, en la que si te pinchan gritas y si te besan tiemblas. Tal vez la diferencia esté en que nada es fútil. Hay fiestas, pero no se celebra la insignificancia. En realidad es la que nos arrepentiremos de no haber vivido cuando la que tenemos esté a punto de tocar a su fin.
- ¿No existe la muerte?
- Sí, claro, ¿no lo entiendes?
Entonces me miraste como nunca antes lo habías hecho. Parecías estar viéndome por vez primera. Luego me abrazaste, de un modo diferente al que solías hacerlo. Yo cerré los ojos y tú te quedaste allí un rato, en mi otra vida.
Contemplan los navegantes
El pequeño promontorio
Desde la distancia, su belleza
Y sus enigmas arcanos.
Deslumbrados por su blanca cumbre,
Van hacia él dominados por el hechizo.
Fantasean con lo oculto,
Con la asimétrica hermosura sumergida.
El navío se aproxima lentamente
Hasta que percibe su abúlica presencia,
Y el frío gélido que desprende
El Témpano indolente.
Poderoso el anhelo de saber
Lo que la superficie esconde
Bajo su estática y sólida apariencia,
El buque circunda el glaciar
Contra la bóveda azulada que se enreda con el ponto.
Ignorando el riesgo de un violento encuentro
Como heroicos argonautas
Aceptan la aventura y saben ya que
La mole albina de los mares
Es pétrea y frágil,
Y que si ellos no la cortejan
Ella jamás saldrá a su encuentro.
No las contaba. Se le deslizaban de los dedos. Salían de sus bolsillos. Brotaban del músculo que no razona.
Eran pequeñas, de río. Pero eran perlas. Blancas, irregulares, salvajes. Eran menudas, de agua dulce. Pero eran nácar. Irisadas, imperfectas, genuinas.
Tras descubrirlas embrolladas
Entre los zarzales Y despojarlas de espinos, Las manos arañadas, Con cisuras en los dedos, Las perlas seguían manando. Y el río seguía fluyendo. Pero de pronto reparó en el lodo. Las perlas, atezadas. Limpiaría de sangre Las que había dejado en el camino Y las colgaría de su cuello. AMPARO DE VEGA REDONDO
Ellos permanecen cuando nosotros nos vamos y nos aguardan aún antes de llegar. La pátina del tiempo y las estaciones pasan por ellos; son sensibles al frío y al calor. También envejecen e incluso algunos mueren. Inertes en apariencia, conservan nuestro ADN, nos acompañan, nos hacen recordar, nos conmueven, nos hacen sentir en casa. A veces los sacamos de ella y los metemos en una maleta para convertirlos en nuestros compañeros de viaje.
Han escuchado palabras airadas y tiernas, han presenciado reproches, guiños cómplices, los momentos más íntimos, los más cotidianos. Son depositarios de tus caricias, tus lágrimas y también de tu desdén. Pero nadie sabe leer lo que está escrito en ellos excepto tú. Cuando algunos parecen extraviarse,tus sentidos saben detectarlos. Los recuperamos de manera intuitiva, llegamos hasta ellos por más que puedan estar escondidos en un lugar que creemos no recordar. Siempre sabemos donde se encuentran.
Te dan un sentido de pertenencia y orientación cuando te pierdes, nunca te abandonan, solo desaparecen si tú los dejas ir, perderlos es un acto de voluntad. Tal vez creímos que debían alejarse, ir a otro lugar, pertenecer a otros o sencillamente desaparecer. Qué es tu casa sino un lugar que contiene una serie de objetos que te son familiares: un sofá, un cojín, un cuadro, una carta, una estilográfica, un abalorio, un vaso, un plato, la luz de una lámpara, un aroma... Acompañados de preposiciones, la conjunción copulativa los integra y los convierte en algo único que da sentido a la palabra hogar; la disyuntiva los disocia cuando surge alguno que no te pertenece: una chaqueta olvidada, un paraguas, una guitarra y sus ausencias.
Esas conjunciones se despliegan como una manta con la que cubrirte cuando necesitas protegerte de la intemperie. Los miro y a veces me convierto en uno de ellos. Me transformo en un objeto pequeño, redondo y azul que se escabulle entre los estantes, los cajones o que rueda por la superficie.
Me siento a gusto entre ellos. Nunca te traicionan; te contemplan callados, no te juzgan, no te censuran y, además, saben guardar tus secretos.
“Your heart's desire is to be told some mystery. The mystery is that there is no mystery.” Cormac McCarthy, Blood Meridian, or the Evening Redness in the West "Tu corazón desea que se le revele algún misterio. El misterio es que no hay misterio" Cormac McCarthy, Meridiano de Sangre, o El Rojo del Atardecer en el Oeste
Cada trozo en un cajón Extraviados, dispersos Siempre faltará alguno Aunque los espejos mientan Y nunca muestren las carencias No hay pauta para ensamblar las piezas Puedes jugar con ellas Pero nunca podrás restaurarme Porque estoy rota como el hielo Mis esquirlas afiladas pueden cortarte los dedos No me toques Déjame así, fragmentada Solo podrías beberme Mojarte de mí Conmigo Lamer los charcos Mirar al cielo Buscar la nube Abrir la boca Y tragar mis gotas Ellas rasgarían tus cuerdas y hendirían tus arterias hasta ser plasma que desciende lento para mezclarse con la dulce leche que brota de ti poco antes de la pequeña muerte
Un amigo comentaba una vez que nadie le había comprendido tan bien como una película. Enseguida asentí. Esto puede ser extensible a un libro, un poema, una pieza musical, una canción, un cuadro... En definitiva, esa es una de las grandes funciones del arte, acompañarnos en nuestros estados de soledad, en los momentos en los que creemos no ser comprendidos por nadie. El otro día vi una película que consiguió, con sus más de tres horas de metraje, hacerme sentir conectada con el mundo. Lo extraordinario es que esto no ocurre, necesariamente, porque veamos plasmados experiencias o escenarios relacionados directamente con nosotros. Ese es el poder del arte, su capacidad para trascender lo anecdótico.
Esta entrada no persigue la crítica cinematográfica al uso sino una reflexión sobre una película que en su aparente marco helado trasmite calidez, la que reside en los personajes y que aflora tímidamente a través de miradas en la distancia y solo al final a través de la voz en off de Aydin, el personaje protagonista. Este sueño de invierno, con su cadencia lenta, sus paisajes nevados de la estepa de la Capadocia turca y sus interiores templados en los que tienen lugar largas charlas junto a la chimenea, la escritura de Aydin, actor retirado y propietario de un pequeño hotel, en su estudio, o los breves contactos con sus huéspedes, es verdad que no es apto para todos los paladares, pero va atrapando al espectador que sabe apreciar el buen cine. Aunque solo fuera por la belleza de sus imágenes, ya valdría la pena dedicarle un tiempo.
La Sonata para piano No 20 de Schubert marca ese ritmo lento de esta película del gran director turco Nuri Bilge Ceylan,Kış Uykusu (Winter Sleep) que consiguió la Palma de Oro en el último Festival de Cannes, y acompaña acertadamente a la melancolía que desprenden sus imágenes, en las que el piano se alterna con los sonidos de la naturaleza (los pájaros, las gallinas, el viento), el crepitar del fuego o el mismo silencio.
Cualquier viajero romántico desearía poder llegar hasta ese lugar recóndito de Anatolia central y hospedarse en el hotel Othello, mezclarse con los demás huéspedes, que no llevan tablets y escriben sus notas de viaje en un cuaderno, poder intercambiar unas palabras con Aydin y estrechar su mano con firmeza antes de despedirse. Sueño de invierno cuenta varias historias, aunque todas se articulen en torno al personaje central, Aydin: la relación distante con su esposa Nihal, con su recientemente divorciada hermana, con sus humildes arrendatarios, con su hombre de confianza, y consigo mismo. Es
justo un suceso externo el que le hace salir de su refugio interior y
comenzar a poner un poco más de atención al mundo próximo, despertar de
su sueño invernal para hacer "visible" a Nihal, acercarse a los
forasteros que se alojan en el hotel, o tomar conciencia de los
problemas de sus vecinos.
No deja de ser significativo y lamentable a la vez que necesitemos hacer una declaración de amor en off, a escondidas, para no dejar al descubierto nuestra vulnerabilidad, incluso cuando esa declaración va dirigida a una persona que forma parte de nuestra esfera más intima y con la que compartimos casa y lecho.
El aislamiento, la soledad, el tedio, el orgullo, el servilismo, la compasión, son las fibras con las que se teje este sueño invernal en el que todos tenemos cabida. Siempre digo que el cine, de todas las artes, es sin duda la que tiene una mayor capacidad para transmitir verdad, inmediatez, además de aglutinar a las demás artes. Tal vez por eso, sea relativamente fácil que una buena película pueda comprender las emociones que habitan en nosotros, hacerlas palpables y hacernos sentir acompañados. Sé que será inútil buscar la caverna en la que se encuentra el Hotel Othello, por más que recorra el paisaje lunar de la Capadocia. Pero tal vez sí pueda llegar a su pequeña estación de tren, y calentar mis manos en la estufa de carbón mientras espero subirme al vagón que me lleve a Estambul.
Fotograma de la película 2046 de Wong Kar-wai (2004)
"And she just
said that the bigger the disappointment, the smaller the pain his
despise had caused her. What she did not say, unnecesary as it was, is
that disappointment, as it kept on increasing, annihilated as well the
pain of the disappointment itself".
Zoe Moresbye. The white road
"Y
simplemente le dijo que la decepción crecía en proporción inversa al
dolor que le había causado su desprecio. Lo que no le dijo, porque ya no
era necesario, es que la decepción, al ir aumentando, aniquilaba
también el dolor de la propia decepción".
Zoe Moresbye. La carretera blanca,
Desde la azotea del Hotel Oriental Oshin contemplaba la densidad de un horizonte cargado de polución. Exhalaba el humo de su cigarrillo sobre el aire espeso para que se fundiera con él. Apenas podía divisar alguno de los rascacielos de la ciudad fantasma. Tenía ante sí una sólida capa amarillenta, como un lienzo o una pantalla sobre la que se proyectaban por vez primera las imágenes de su último sueño: una ciudad desnuda de cuyas esquinas comezaban a surgir seres sin rostro, inexpresivos, vacíos. Caminaban a paso marcial, sin llegar a rozarse unos con otros. Los ojos huecos y sin transfondo, como los de una máscara, los labios rígidos y fríos. No había nada tras el misterio, solo falacias.
Las peores mentiras, las que se siguen manteniendo cuando ya se sabe la verdad, se exhibían ahora ante sus ojos, aunque ya las había visto, incluso antes de que se las revelara su sueño. Oshin había ofrecido su cuerpo sin artificios. Solo le quedaban las palabras vacuas, raídas de tanto ser repetidas en serie. Ahora, en el crepúsculo, con cada exhalación vaciaba su vientre y su pecho del humo que le habían vendido. Quería sentirlo, sin negarlo, y luego espirarlo, librarse de su toxicidad, devolverlo a la ciudad contaminada.
Y ahora volvería a su habitación, la 686, y escribiría su sueño. Lo escribiría mientras derretía en su boca el último bombón de la caja roja. Lo escribiría para no olviarlo, para recordar que hasta los silencios pueden estar hechos de humo. AMPARO DE VEGA REDONDO
Estarías en esta mañana fría ante el televisor, los ojos semicerrados, dejándote llevar por el eco del agua que fluye en el Danubio y deseando estar en Viena. La capital austriaca y el Casino de Montecarlo, dos lugares que tu alma, nada peregrina, siempre deseó conocer. Te regalaron joyas, pieles, perfumes y flores, a las que siempre te negabas por marchitarse demasiado rápido sin dejar un rastro que guardar. Y nunca pediste lo que realmente deseabas, que era tan poco...Tenernos a todos juntos sentados a la mesa con más frecuencia, en moderada armonía. Y ese piano de cola...
Que no hubiera tormentas, ni del exterior ni domésticas. Te volvías una niña indefensa cuando sentías el sonido del trueno. Recordabas la bajada al refugio en tiempos de guerra, aferrada a tus zapatos salón sacados del Mago de Oz, uno de tus tesoros, mientras rezabas para salir ilesa una vez más, intentando recrear acordes en tu cabeza que transformaran los bombardeos en resonancias de instrumentos musicales. Tus dedos simulaban tocar las teclas en ese ligero movimiento ondulado con el que tratabas de aplacar el terror.
Sé que hubieras deseado bailar ese vals de Strauss en la Sala Dorada, con papá, claro, o con Charles Boyer, tal vez, tan diferente a él, cuando te atrevías a soñar despierta con tus heroes de ficción. Riccardo Muti dirigiendo la orquesta y, en un momento inesperado, que cayera confetti sobre ti tras un pequeño estruendo que te haría llevar instintivamente las manos a la cabeza para luego suspirar y sonreír de esa manera discreta que hacía elevar ligeramente las comisuras de tus labios y arquear tus cejas.
Y hoy, en el primer día del nuevo año, tomo el relevo y me siento frente al televisor. Escucho con atención a la Filarmónica de Viena, aunque nunca me gustaron los valses, excepto el que entonó Leonard, y sigo la batuta de Zubin Mehta cuando dirige al público en sus palmas finales que acompañan la Marcha Radetzky. Se prolongan los aplausos mientras la cámara hace una panorámica de la Sala Dorada de la Musikverein donde nunca llegaste a bailar ese pequeño vals vienés. Y aparecen los créditos.