No las contaba.
Se le deslizaban de los dedos.
Salían de sus bolsillos.
Brotaban del músculo que no razona.
Se le deslizaban de los dedos.
Salían de sus bolsillos.
Brotaban del músculo que no razona.
Eran pequeñas, de río.
Pero eran perlas.
Blancas, irregulares, salvajes.
Eran menudas, de agua dulce.
Pero eran nácar.
Irisadas, imperfectas, genuinas.
Tras descubrirlas embrolladas
Entre los zarzales
Y despojarlas de espinos,
Las manos arañadas,
Con cisuras en los dedos,
Las perlas seguían manando.
Y el río seguía fluyendo.
Pero de pronto reparó en el lodo.
Las perlas, atezadas.
Limpiaría de sangre
Las que había dejado en el camino
Y las colgaría de su cuello.
AMPARO DE VEGA REDONDO
Y despojarlas de espinos,
Las manos arañadas,
Con cisuras en los dedos,
Las perlas seguían manando.
Y el río seguía fluyendo.
Pero de pronto reparó en el lodo.
Las perlas, atezadas.
Limpiaría de sangre
Las que había dejado en el camino
Y las colgaría de su cuello.
AMPARO DE VEGA REDONDO
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