jueves, 27 de agosto de 2015

Marcas


Frida Kahlo. La columna rota, 1944




Discurren por la orografía
de tu faz y de tu torso,
complacientes y serenas,
atezadas por el tiempo.
Forman parte de ti y tú de ellas.
Te conforman en la arista imperfecta
que ondea por tu espalda
y que tan bien conoces.
No las ocultas ni las niegas.
Les has dado casa
Y las muestras
a quien se sitúa en tu ombligo
y te observa desde tu centro.
con fervor y con prudencia.
Pero hay algunas,
más profundas,
que no revelas aún.
Esas las guardas
para quien las advierte,
sin que tu lo adviertas,
desde el corazón de tu vientre.
Luego te abraza
y no dice nada.


AMPARO DE VEGA REDONDO

viernes, 21 de agosto de 2015

El beso





 


Un mundo nace cuando dos se besan
Octavio Paz



Había pasado la tarde buscando un regalo de aniversario para celebrar sus cinco años de vida en común. Finalmente se había decidido por un elegante jersey de marca que le pareció perfecto para él. Habían procurado no limitar sus vidas a los amigos comunes, por lo que era frecuente que salieran por separado y mantuvieran una cierta independencia. Cuando llegó a casa, poco antes de la hora de almorzar, escuchó un mensaje de él en el contestador comunicándole que no le esperara para comer. A veces agradecía estos momentos en casa para ella sola. Abrió un par de latas y disfrutó de una comida improvisada. Pasó la tarde tumbada en el sofá, viendo una película y devorando los restos de los dulces navideños, con constantes idas y venidas a la cocina. Dormitó un poco y, cuando vio que ya había oscurecido, miró extrañada a través de la ventana. No había previsto una ausencia tan prolongada, por lo que comenzó a caer en un estado de ociosidad, agravado por el hecho de que el reproductor de música no funcionaba correctamente, algo que venía ocurriendo desde hacía tiempo, al parecer debido a alguna mala conexión que él había prometido solucionar ese mismo día. Aderezó el cordero que pensaba cocinar para el día siguiente y que a él tanto le gustaba. Si lo hacía con un día de antelación, la salsa cobraba más cuerpo y el guiso intensificaba su sabor.

Eran cerca de las doce de la noche, aunque ella ya había perdido la noción del tiempo hipnotizada por la pantalla del televisor que había vuelto a sumirla en el sueño. El sonido de la llave en la cerradura y la posterior apertura de la puerta la despertaron.
      — ¡Hola!
     — ¡Hola! –se incorporó en el sofá y miró confundida su reloj de pulsera—. ¿Dónde has estado?
     — Pues resulta que me he encontrado con una amiga... —respondió dándole un beso en la frente.
     — ¿Qué amiga? —encogió las piernas y las rodeó con los brazos mientras esperaba una respuesta.
     — ... Paula—. Se quitó la chaqueta y se sentó en el sofá, a su lado, y ligeramente vuelto hacia ella.
Ella se levantó y fue a la cocina. Guardó la cacerola con el guiso en el frigorífico. Examinó el contenido del interior, lo cerró y luego se dirigió a uno de los armaritos de la cocina del que sacó una bolsa de cacahuetes. Volvió al salón. Él miraba la pantalla del televisor, concentrado en el avance del último telediario del día.
         — ¡Qué bien huele! ¿Has hecho cordero?
         — Sí. ¿Hay algo que quieras contarme? —replicó ella mientras comenzaba a comer cacahuetes.
—  Bueno, pues… me la encontré en el cajero automático que hay justo enfrente de mi estudio...
— Pensé que vivía en Bruselas...
— Vive allí pero su madre está enferma y ha pedido unos días de permiso.
¿Habéis estado juntos hasta ahora? —preguntó ella.
—Sí, hacía tanto tiempo que no nos veíamos, y tenía tan mal aspecto que... bueno..., me invitó       a tomar una cerveza.
— Vaya, parece que la cerveza se ha alargado un poco más de la cuenta....
— Sabina, no pretendo ocultarte nada. Te diré exactamente lo que ocurrió...
¿Debo preocuparme?
No empecemos, —le quito de la mano la bolsa de cacahuetes— déjalos ya, sabes que no te sientan bien. Nunca te he ocultado nada...
       — Bueno, ya conoces mi lema: Dime la verdad pero hazlo con tacto.
      — Sabina, no saques las cosas de quicio, no ha pasado nada. Ya te he dicho que me la encontré              justo cuando salía del estudio. Al principio no la reconocí, fue ella quien dijo “Hola”. Estaba tan          cambiada...
     — Ya. Bueno, si te interesa mi opinión, no creo que el encuentro fuera producto del azar.
    —  ¿Qué quieres decir?
    —  Pues que ella fue a buscarte premeditadamente, pero bueno, sigue...
    —  Ya sabes cómo nos separamos; al parecer todo fue un malentendido.
    — ¿Un malentendido? —Volvió a coger la bolsa de cacahuetes— ¿Me estás diciendo que después           de siete años sin veros, descubrís que os separasteis por un malentendido?
    —  Ya te he dicho que estaba un poco desanimada, y me preguntó si tenía tiempo para tomarme              una    cerveza. Comprenderás que no pude negarme. Además, hemos hablado muchas        veces          de esto, Sabina. Uno no puede huir de las cosas que le persiguen.
   —  ¿Me estás queriendo decir que en todo este tiempo ella te ha estado persiguiendo?
   —   Pues de alguna manera sí; pero por favor, no te precipites en tus conclusiones, aún no te                       he contado nada.
  —   Adelante –Sabina dejó en la mesita de centro la bolsa de cacahuetes, cogió el mando a distancia del televisor y bajó el volumen.
   —Pues nos fuimos a comer a El Caballito de Mar
   — ¿A la playa? –preguntó con estupor.
   — Hacía un día estupendo y ella quería ir a un sitio tranquilo al aire libre
   — ¡Qué astuta!
   — Me di cuenta de que se encontraba muy sola, y era como si necesitara asegurarse de algo.
   — ¿De qué? —preguntó Sabina.
   — Pues de quién había dejado a quién.
   — Tal y como tu me lo contaste, ella se fue sin más, ¿no es así?
   — Sí, eso es lo que yo creía.
   — ¿Y no fue así?
   —  Me dijo que se había ido porque presentía que yo iba a dejarla y no podía soportarlo.
   — Ya, bueno, ve al grano. ¿Lo hicisteis o no lo hicisteis?
   — No, no lo hicimos.
   — ¿No lo hicisteis? No esperarás que te crea.
   — Entonces ¿por qué me lo preguntas? Sabina, no voy a decirte nada que no sea verdad. Comimos         y bebimos un poco, luego ella lió un cigarrillo.
   — ¿Quieres decir un canuto?
  —  Sí, eso es...
  — ¿Fumaste hachís?
  — ¡Por Dios, Sabina, no soporto ese tono moralista! Sí, he fumado hachís. ¿Qué hay de malo en               ello? ¿Es que tú nunca lo has hecho?
  — Creía que hacía tiempo que no lo hacíamos.
  — ¿Qué pasa? ¿Es que tengo que pedirte permiso para hacerlo?
  —  No grites. No creo que a los vecinos les incumba si fumamos o no —Sabina volvió a coger el             mando del televisor y subió el volumen para amortiguar sus voces.
  —  No grito. Sencillamente estoy intentando contarte lo que ocurrió exactamente y tú me regañas             como si fuera un niño.
Transcurrieron unos segundos. Los dos miraban la pantalla del televisor en la que proyectaban una vieja película en blanco y negro
   —  ...Pero si tu coche está estropeado... ¿Cómo habéis ido hasta allí?
   —  Fuimos en el suyo. Cuando acabamos de comer y subimos al coche lió un canuto, encendió el              radiocasete y puso aquella cinta.
  —   ¿Qué cinta?
  —   Bueno, una cinta que solíamos escuchar. Ya sabes, algunos clásicos de los ochenta.
  —  Ya, ¿alguna canción en particular?
  — ¿Qué importancia tiene eso?
  —  Simple curiosidad —respondió abriendo las aletas de la nariz y mirando la pantalla del televisor. Volvió a bajar el volumen y siguió con la mirada fija en la pantalla, observando los gestos de Cary Grant.
  —Luego nos dimos un beso —continuó él.

Elliott Erwitt Kiss

Ella se levantó del sofá, fue a la cocina y sacó una tableta de chocolate del armarito; partió un par de onzas y comenzó a mordisquearlas. Luego se puso a fregar los cacharros que había en el fregadero con brusquedad y haciendo mucho ruido. Cuando levantó la vista lo vio en la puerta, mirándola.
        — Sólo fue un beso –dijo él.
       — ¿De verdad crees que soy tan gilipollas? ¿Sólo fue un beso? ¡No me irás a decir ahora que fue ella quien te lo dio!
Pues no, nos lo dimos los dos, y fue un beso bonito y tierno...
      — Por favor, ahórrate los detalles.
— Creí que querías saberlo todo.
—  Mira, —cerró el grifo, se secó las manos en un paño y salió de la cocina en dirección al salón— dime ya de una vez cómo acabó todo. ¿Lo hicisteis, verdad?
— No, no lo hicimos —le respondió.
— ¿Os besasteis y ahí acabó todo? —Volvió a sentarse en el sofá, con las piernas encogidas, los brazos cruzados, mirando a la pantalla del televisor.
— Nos abrazamos, y luego ella propuso que nos tumbáramos un rato al sol. Así es que bajamos del coche y extendimos una manta entre los cañaverales.
—¿Llevaba una manta en el coche? –preguntó incrédula.
— Pues sí, tenía una...
—Y entonces.... lo hicisteis, ¡admítelo de una vez!
—Sabina, te repito que no lo hicimos.
— Pues resulta bastante difícil de creer.
— En ese caso no tiene sentido que te cuente nada más, si te vas a poner así...
     — ¿Ponerme así? El hombre con el que comparto mi vida desde hace cinco años me dice que ha besado a su gran amor y... ¡Me reprochas que me ponga así!
Él volvió a subir el volumen del televisor para camuflar el elevado tono de voz de ella.
    — Tranquilízate, Sabina. Para empezar, ella no es mi gran amor.
    — ¿Por qué la besaste?
    — Necesitaba hacerlo. Si no lo hubiera hecho habría estado pensando en lo mucho que me hubiera gustado hacerlo y esa idea no dejaría de perseguirme. ¿No puedes entenderlo, Sabina?
  — Pues no, no lo entiendo. Me parece una excusa absurda para justificar uno de esos impulsos irrefrenables que los hombres parecéis tener tan a menudo.
 — Oye, no te pases. No creo haber tenido ningún impulso irrefrenable en estos cinco años y, además, yo no he dicho que esto lo fuera. La besé sabiendo lo que hacía.
  — Por favor, no lo estropees más.


         
Ingrid Bergman y Cary Grant en Notorious (A. Hitchcock  1946)


Él cogió un cojín del sofá y lo lanzó con desgana al sillón de al lado. Se levantó y salió de la habitación. Ella permaneció delante del televisor, arrancándose la cutícula de las uñas con los dientes y mirando la pantalla de manera intermitente .Un primer plano de Cary Grant besando a Ingrid Bergman retuvo su mirada. Él volvió a entrar en el salón y se puso frente a ella, mirándola.
     —¿Puedes apartarte a un lado? Me gustaría ver a Cary Grant.
—Por favor, ¡No frivolices!
—Quiero ver a Cary Grant. ¿Te has fijado en qué bien besa?
—Odio cuando adoptas esa postura.
—Me encanta cómo lo hace, tiene tanta clase... Tú nunca me besas así, siempre utilizas la lengua. ¿Fue un beso con lengua?
—No tengo nada más que decir
—¿Por qué no reconoces que lo hicisteis?
—¡NO LO HÍ-CI-MOS!, ¡JODER!
     — Muy bien, pasemos al capítulo siguiente: el beso, la manta, ¿y luego...?
    — Le acaricié el pelo, volví a besarla, la abracé, nos tumbamos... Estábamos escondidos entre los cañaverales y...
— Sigue.
— No pude hacerlo. Estaba pensando en ti, en todos nuestros proyectos, en tu lunar...
— ¿Qué lunar?
— Ése que tienes en la espalda.
—Y... ¿No lo hicisteis?
—No
¿Y ella?
— Me preguntó qué me pasaba y luego me preguntó si quería que fuéramos a un hotel.
— ¡Qué hija puta! ¿Y fuisteis?
   —  No, guardamos la manta y estuvimos caminando un rato por la playa, charlando.
   — ¿De qué?
   —  De nosotros.
   — ¿De vosotros?
   — No, de ti y de mí.
   — ¿Qué le dijiste de mí?
  —  Le dije que te quería y que deseaba tener un hijo contigo. También le dije que lo nuestro había sido muy bonito pero que fue ella quien se marchó y ahora ese espacio lo ocupaba otra persona. Así es que le dije: “La quiero a ella”
   — ¿A ella?
  —  A ti, Sabina. No puedo decir que ella no me hiciera evocar momentos muy bonitos. ¡Teníamos poco más de veinte años! ¿No puedes comprenderlo?
  — No quiero comprenderlo, y ahora, si no te importa, me gustaría acabar de ver la película.
  —  Muy bien, yo me voy a la cama.
Cuando estaba a punto de salir de la habitación, ella volvió a preguntarle:
   — ¿Fue un beso con lengua?
   —  No —respondió él.
   — ¿Qué lastima! Hubiera preferido que hubiese sido con lengua.
   —  ¿Sabes lo que más me gusta de ti, Sabina?
Ella le miro, esperando la respuesta
  —  ¡Eres tan imprevisible! Juraría que cualquier mujer hubiese preferido la pequeña infidelidad de un beso tierno a la de uno de esos que tu denominas “con lengua”. Pero bueno, esta discusión es ridícula.
  — Los besos de Cary Grant son sin lengua –Agregó ella mientras seguía con la mirada fija en la pantalla.
  —  Buenas noches –dijo él.
  —  Por cierto, —dijo ella— ¿podrías mirar mañana lo de la conexión del equipo de música?
  —   No te preocupes, mañana lo arreglo sin falta.
 ¿Sabes?... No tienes ni idea de las preferencias de una mujer en lo que se refiere a lo que tú calificas de pequeña infidelidad. Y además, yo no soy cualquier mujer.

Él se quedó mirándola un rato, sin comprender, hasta que, finalmente, antes de salir definitivamente de la habitación, le dijo:

   — Está bien, Sabina, ha quedado claro: la próxima vez será con lengua.

  

Cuando Sabina se quedó a solas en el salón, contemplando las últimas imágenes proyectadas en el televisor, se le humedecieron los ojos. Los mantuvo muy abiertos y en tensión. Con voz baja y muy despacio murmuró: “Te odio”. Al ver el fotograma the end impreso en la pantalla apagó el televisor. Se acercó hasta el equipo de música e intentó ponerlo en marcha, pero la conexión seguía fallando.

    — ¡Mierda! –dijo en voz baja a la par que le asestaba un golpe con el puño, a resueltas del cual se iluminó el piloto rojo de encendido. Bajo un fondo de clarinete de su concierto de Mozart preferido, cerró los ojos mientras un par de lágrimas se deslizaban por sus mejillas.  


domingo, 16 de agosto de 2015

Nombrar


Hayv Kahraman, (detail) -Hapool Meshkhoor- 2015, oil on linen, Jack Shainman Gallery


                                             Gnossienne N.1 de Erik Satie



En el silencio 
comienzan 
a  fraguarse 
las palabras. 
En la necesidad
de dar forma 
y vida a
la emoción 
que balbucea 
en la boca 
del estómago.

Dejan constancia, 
revelan, con mayor 
o menor acierto, 
lo que  a punto está 
de germinar, 
lo que aún no es, 
lo que está 
por nombrar 
para comenzar 
a ser. 

Cuando 
los labios 
las pronuncian, 
se hacen verbo.

Y si nombrar 
limita, reduce
y simplifica...
Si nombrar 
yerra, distorsiona
y precipita...
dale solo
un nombre pasajero
que te arrope
cuando llega
la noche
a tu cama sin alma.

Luego déjala ir.
Que la emoción siga
inasible, inefable.
Que siga creciendo,
mutando.
Que siga libre.
Ya no la nombres,
cuando llegue el día.

AMPARO DE VEGA REDONDO

Hayv Kahraman

Hayv Kahraman



viernes, 14 de agosto de 2015

Negro sobre blanco



Escribir es como emprender una aventura, un viaje lleno de posibilidades y elecciones, en el que siempre pueden surgir imprevistos y de cuyo verdadero final el propio escritor debe sorprenderse, aunque viaje con brújula o con mapa. 

Sí, fumar perjudica seriamente la salud y se puede escribir igual sin hacerlo, pero ellos fumaban.





Este texto forma parte de un prólogo que escribí hace un par de años para una publicación en papel (sí, en papel) del Instituto Jándula de Andújar (Jaén) en la que recogen los relatos presentados a un concurso de creación literaria que celebran cada año y que va ya por su séptima edición. Enhorabuena a Jesús Vera y a todos los que colaboran con él para llevar a cabo este proyecto.



Leer y escribir, dos caras de la misma moneda; el ejercicio de la lectura solo es posible gracias a la creación del otro y el que escribe siempre lo hace para ser leído por alguien, aunque sea por uno mismo. Pero además, de alguna manera, estamos reescribiendo lo que leemos porque cuando se produce ese maravilloso milagro de la identificación (necesario e inevitable) solemos creer que lo que estamos leyendo ya lo habíamos pensado o sentido, la persona que lo ha escrito solo se nos ha adelantado o ha demostrado un mayor talento o lucidez para darle forma, sacarlo de las tinieblas de la mente y ponerlo por escrito. Y es que lo que escribimos ya existe en nosotros, sólo tenemos que descubrirlo.

Todas las personas podemos escribir de una manera creativa, y a escribir se aprende escribiendo: en una servilleta de papel, un recorte de periódico, un post-it, la agenda que llevamos encima, o en el margen de un libro. Son numerosísimas las citas de escritores ilustres sobre el oficio de escribir, pero tal vez la más elemental, que no simple, aunque parezca obvia, es aquella del poeta francés Stéphane Mallarmé: "Escribir es poner negro sobre blanco". El que lee se aferra al negro y el que escribe siente el vértigo del espacio vacío del blanco. Todos podemos impregnar de negro un trozo de papel, la pantalla de un ordenador, una tableta o cualquier otro dispositivo digital...

Las ideas y las emociones son evanescentes, tienden a disiparse con facilidad, y el modo más efectivo de hacer que perduren es ponerlas por escrito -tanto más ricas cuanto más puras-, recogerlas en ese primer estadio que garantiza su frescura y su carácter genuino. Y al decir esto, no pretendo soslayar el hecho irrefutable de que escribir es un arte, un acto que requiere de la organización en la expresión. Pero ese primer estadio en el que las emociones y las ideas afloran, y que son el germen de cualquier escrito, es valiosísimo. El primer borrador no debe someterse a la censura ni a norma alguna. Luego debemos organizar las palabras, las frases y los párrafos, podemos reinterpretarlos, jugar con ellos, adornarlos o desproveerlos de ornamentos y, necesariamente, someterlos a las reglas del estilo y la retórica.

No hay nada nuevo que decir, pero si hay algo único es el modo que cada uno tenemos de mirar el mundo y que al plasmarlo en la escritura tiene la capacidad de generar el efecto del descubrimiento de algo nuevo y, a la vez, paradójicamente, el del reconocimiento, al conseguir transmitir emociones que son universales a todos los seres humanos y que a veces solo se hacen conscientes durante el proceso de la lectura.

El noble oficio de la escritura nos permite diseñar mundos que sólo nosotros gobernamos y sobre los que podemos ejercer nuestro control, siempre que seamos fieles a las reglas del juego. Ese es el gran privilegio de la escritura, el que nos permite adentrarnos en nuestros mundos, explorarlos, materializarlos y compartirlos con el otro.



Amparo de Vega Redondo








martes, 11 de agosto de 2015

Someday my prince will come



Combing hair Hayv Kahraman 




                                                   


En ellas comienzo y en ellas termino, en las palabras que te dejé en una nota enterrada en tu desorden alternativo, junto a la bicicleta oxidada, cuando aún resonaba en mis oídos la trompeta de Miles. El muro de Berlín aún no había caído y nos encontramos en un local de Kreuzberg.  Enseguida supe que tú no eras el príncipe que se deslizaba por la partitura de ébano. No entendías la ternura, ni la profundidad de los besos periféricos que recorren los labios. El tequila nos allanó tanto el camino que llegamos con premura, sin disfrutar de paisaje alguno, a tu destino, que no era el mío. Al despertar, la música cesó de manera abrupta, supe que mi príncipe aún estaba por llegar y que tú habías dejado escapar a tu princesa.





viernes, 7 de agosto de 2015

Madison time

Al final, ella siempre baila sola...
                                  
Bande à part (1964). Jean Luc Godard




 Bande à  part (1964). Jean Luc Godard 

"Come on little stranger
There's only one last dance
Soon the music's over
Let's give it one more chance"

"Vamos forastero,
sólo queda un último baile.
Pronto acabará la música.
Démosle otra oportunidad"

Dance with me. Nouvelle Vague





                                           
  

El Madison es un baile que se hizo popular en la década de finales de los años 50 a los 60. Surgió en USA y se basaba en el twist. Aunque era un baile de "a dos", o de varios grupos de parejas, no había contacto físico entre ellos. Podía bailarse en fila, en círculo o uno frente a otro. Eran varias las posiciones de este baile que, además, se prestaba a la improvisación.

En España vimos una muestra del Madison en la película Marisol rumbo a Río (Fernando Palacios1963)interpretada por Pepa Flores pero, sin duda, la escena cinematográfica más emblemática de este baile fue la de la película de Jean-Luc Godard Bande à Part (1964)en la que los tres personajes protagonistas (interpretados por Claude BrasseurDanièle Girard y la que fuera musa de Jean-Luc Godard e icono de la Nouvelle Vague, Anna Karina) hacen una deliciosa coreografía en la que luego se inspiraría Tarantino, gran admirador de  Godard, para la famosa escena del baile entre John Travolta y Uma Thurman en Pulp Fiction (1994)Y otra muestra la tenemos en la película Hairspray (John Waters, 1988) 


Y al recordar esta película, no puedo obviar otra de sus secuencias más conocidas que, además, reproduce una pequeña "gamberrada" que me hubiera encantado llevar a la práctica: recorrer el Museo del Louvre en un tiempo récord, unos nueve minutos. El gran Bertolucci, a su vez, rindió también homenaje a esta escena de Godard en su film Soñadores (2003)                                        








Adoro la frescura y la libertad creativa de Godard, el charm de Anna Karina, las películas con las que nos sorprendió la Nouvelle Vague y a Bertolucci, a pesar de sus irregularidades. Además, me gusta el Madison y la música que hace este colectivo francés, Nouvelle Vague, que ha tomado el nombre de ese grupo de cineastas franceses surgido a finales de la década de 1950; cineastas que reaccionaron contra las estructuras impuestas  hasta entonces y que aspiraban a la libertad de expresión, así como a la libertad técnica en el campo de la producción cinematográfica. 
                                                    

AMPARO DE VEGA REDONDO


miércoles, 5 de agosto de 2015

El pulso de la noche



Brooke Shaden Photography

                                               


"En un beso, sabrás todo lo que he callado"

Pablo Neruda



Desde mi cama, y más allá de la ventana que da a la calle de atrás, escucho el sonido de los camiones que recogen los desechos del día y alguna sirena que se pierde en la distancia. Escucho las voces dispersas de quienes transitan la noche: vagabundos, jóvenes ebrios, y alguna disputa de pareja. Desde mi cama veo el reflejo de unos faros que se funden en negro apenas el ruido del motor cesa. Y más allá, en la avenida, se adivina el fluir de los coches, el estruendo metálico de las persianas que cierran bares. Y con el olor de los brotes de las noches de verano llega, enredado en él,  el del amor que se esconde en los rincones y se agazapa en las plazas. Y más allá aún, el río, con sus incógnitas y su sereno discurrir. Y luego llega el espejismo del mar, tan bronco, tan lejano y tan presente. Hago del recuerdo una sensación y me dejo tocar por la brisa, escucho el rugir del oleaje y el dócil bramido de la espuma que acaricia el margen; huelo la sal, y veo la isla de tres sílabas. Es esta visión la que me permite traspasar la inquietud que ahoga los vértices de mi cama. Desde ella, y más allá de la ventana que da a la calle de atrás, escucho el crepitar de la hoguera de una Noche de San Juan en la que quemamos el rastro de los días pasados y soplamos las cenizas. Esparcidas quedaron y tanto, tanto, que en cualquier momento me parece ver un albatros sacudiendo sobre mí una mota que ha guardado en un pliegue de sus alas. Ave errante, capaz de llegar hasta mi cama en el momento último previo al alba cuando el pulso de la noche ya no es sino un eco.