miércoles, 26 de noviembre de 2014

A mis amigas











                                                             
La película Ricas y Famosas (1981), la última que dirigió George Cukor, ese director que tan bien supo retratar el universo femenino, la vi con unos compañeros del Instituto del Teatro en el que por entonces estudiaba Arte Dramático, poco después de mi llegada a Sevilla tras acabar mis estudios universitarios en Valencia. Es de esas películas que cuando sales del cine te hace sentir que has perdido toda capacidad crítica, sencillamente porque ha conseguido emocionarte y has entrado en ella a saco. Ese espléndido  duelo interpretativo entre Jacqueline Bisset (una de las actrices con mayor capacidad expresiva) y Candice Bergen  va parejo a un duelo de emociones propias de una amistad que se inicia en la infancia y se prolonga hasta la madurez, una amistad sincera pero no por ello exenta de pequeñas envidias y traiciones. Porque la amistad nunca es perfecta y el no serlo no la hace menos valiosa. 

Cuando llegué de Valencia tuve que comenzar de cero en muchos aspectos. Supuso un punto de inflexión en mi educación sentimental. Había dejado en la ciudad de la Estación del Norte, del Grao, la Malvarrosa, el mar de Sorolla..., algunas relaciones rotas. Lo mismo me ocurrió cuando abandoné Badajoz, donde había transcurrido mi niñez. La primera escena de esta película, en la que dos amigas adolescentes que comparten internado se separan de madrugada cuando una de ellas va a escaparse con su novio, me hacía conectar con la primera amiga que tuve y a la que había perdido hacía mucho tiempo. Luego la película recorre la vida de estas dos mujeres, tan diferentes,  a lo largo de los años en los que se convierten en dos escritoras ricas y famosas pero infelices. Y es que la historia que nos cuenta Cukor es la de dos mujeres que desean justo lo que no tienen y que "sabían exactamente la vida que querían tener: ¡la de la otra!"


La conversación. Matisse

Cuando era niña era extremadamente exigente con mis amigas y no digo amigos porque iba a un colegio de monjas y tenía un padre muy severo que no me dejaba salir con chicos...

Si alguna de ellas no se comportaba de la manera que yo consideraba debía hacerlo una buena amiga, pasaba a borrarla de mi lista de AMIGAS (yo  escribía esa palabra con mayúsculas). Creía tener un concepto muy elevado de la amistad. En realidad lo que tenía era un ideal basado en la perfección, como suele ocurrir a una edad en la que aún no has podido entender la complejidad del mundo y mucho menos la del ser humano. Pensaba que la amistad era un concepto absoluto, como el amor. Esa idea me llevó a ser tan rígida que durante mucho tiempo creí no tener grandes amigas. Con el tiempo me he dado cuenta de muchas cosas (¡menos mal!). Una de ellas es que la amistad es una carrera de fondo en la que a veces pierdes de vista a alguna de las personas que corren contigo, en ocasiones para siempre, y a otras  las irás reencontrando en algún momento, o correrás  a la par con ellas siempre.

Cada amiga es singular en su modo de ejercer la amistad y por tanto única. Por eso resulta tan difícil responder a esa pregunta de quién es tu mejor amiga. Es verdad que la amistad se produce a diferentes niveles cualitativos y esa diferencia tal vez sea la que te haga considerar quienes son amigas y quienes meramente compañeras o conocidas. Sin embargo, otra de esas cosas que aprendes con el tiempo es que las etiquetas, si no tenemos más remedio que colocarlas para poder identificar y comprender el mundo, solo debemos hacerlo cuando las cosas se van definiendo por sí mismas y no antes. Y ese "definirse" en realidad lleva toda una vida.


El baño turco. Ingres



















Hay algo especial en la relación entre las mujeres  más allá de lo que proclama ese tópico, y en el que hay gran parte de verdad (me refiero a esas teorías sobre nuestra capacidad para conectar, para compartir emociones, para sanarnos mutuamente...) que seguramente tenga su origen en la antigüedad cuando las mujeres  se nutrían de la compañía de sus iguales para hacer más llevadero el aislamiento en un mundo de hombres y para compartir la gran riqueza de su mundo interior (pensemos en los gineceos griegos o los harenes egipcios, por ejemplo).

Se dice que una mujer puede ser el peor de los enemigos para otra mujer y, desgraciadamente, es así en ocasiones. Las mujeres suelen rivalizar con frecuencia, pero no siempre. Por eso una de las cosas que más aprecio de las mujeres amigas es que consigan desprenderse de esa tendencia que les lleva (nos lleva) a escamotear halagos sinceros entre nosotras. Somos humanas y, a veces, deseamos ser, parecer o tener algo de ellas, ya sea una parte de su rostro o de su cuerpo, alguna de sus habilidades, su belleza, su inteligencia, su trabajo, su poder o incluso el hombre que tienen a su lado. Y lo hacemos porque, una vez más, al igual que lo hacemos con todo lo que está fuera de nosotras mismas, solemos idealizarlas, siempre serán "las otras", esas diosas que potencialmente pueden hacernos sombra. Pero en el fondo esto conlleva una especie de secreta admiración por esas otras mujeres. y la admiración, al contrario que la envidia, va ligada al amor.



Three women 1921 Fenand Leger


















De cada una de mis amigas hay algo que admiro, algo que aprendo. A veces me sirven de espejo, para mostrarme lo que yo no quiero o no puedo ver, o para apreciar qué hay en ellas diferente a lo que soy y me hace enriquecerme. Reunirme con ellas, dejar que la charla discurra, incontenida, entre risas y lágrimas, es una de las cosas más gratificantes cuando una tiene el corazón roto o el alma hecha jirones. Tal vez no siempre puedan estar en el momento justo en el que las necesitamos pero estoy convencida de que si les lanzas un S.O.S ellas estarán ahí.

A todas mis amigas, a las que se fueron para no volver, a las que están lejos o  detenidas en el tiempo. a las que tal vez no pueda volver a recuperar, a las que aparecen y desaparecen, a las que cuidan de nuestra amistad con pequeños o grandes gestos, a las que contra todo pronóstico han vuelto a formar parte de mi vida, y también a las que vendrán, porque mi cupo de la amistad nunca está cerrado; a todas ellas, GRACIAS por haberme hecho comprender que la amistad es imperfecta y que si bien  hay cabida para la decepción también la hay para la reconciliación y el perdón.













Me gusta imaginar que con alguna de ellas llegará un día en el que pueda reproducir vagamente la escena final de esa gran película Ricas y Famosas, de la que hablaba antes:

Merry (Candice Bergen) y Liz  (Jacqueline Bisset) tienen una fuerte discusión el día de Fin de Año. Es una de esas discusiones en las que la lengua se afila y las palabras hieren. Merry disfruta de una fiesta con la jet set neoyorkina mientras que Liz, mujer solitaria e independiente, se ha marchado a su casita de Connecticut. De repente, Merry decide abandonar la fiesta, coge una botella de champagne, sale a la calle y se sube a un taxi. Liz está sentada frente al fuego, tomando una copa, cuando llaman a la puerta. Merry entra enfundada en su visón y se sienta junto a su amiga. Comienzan a hablar de hombres (tema recurrente en sus vidas ya que Liz fue la antigua novia del marido de Merry), la amistad... Liz desea dejar atrás esa idea romántica de que los hombres vean algo misterioso y seductor en su obra o descubran la poesía  de su cuerpo. Cuando el reloj está a punto de marcar la medianoche Liz le pide algo a Merry: 
LIZ - Merry, házme un favor. Bésame
MERRY- Después de todos estos años, ¿no irás a decirme que hay algo raro en ti?
LIZ- Es Nochevieja. Quiero apretar carne humana y tú eres la única carne que tengo cerca. Bésame
Lo siento, pero no he podido encontrar el vídeo de esta escena doblada. Sin embargo no son imprescindibles las palabras, sencillamente vedla. A mí, después de tantos años, sigue emocionándome.







En cuanto a mis amigos, eso podría ser objeto de otra entrada en este blog...



domingo, 23 de noviembre de 2014

No apagues la luz

"Time flying with truth" Helene Knoop















No quiero esconder mis cicatrices,
Ni que me impidas ver  las tuyas.
No esquives mi mirada,
Aunque te cueste,
Aunque pueda ver lo que no quieres,
No apagues la luz.

No me basta con que dibujes
Mi rostro con tus dedos
Puedes extraviarte en el camino
Y confundirme con alguien
Que pasa por aquí.
Prefiero que cierres los ojos,
Para besar  tus párpados.
Y que al abrirlos  el escenario que veas
sea aquel con el que has soñado.

Luego apaga la luz.
Palpa en el sueño las costuras,
Las aristas y los pliegues
Que conforman mis entrañas.
Deja que advierta los tuyos
En el sueño.


Arranca  la sábana,
Vuelca en ella tus desgarros,
Deja que te acompañe en el viaje
Y encienda la luz que hay en ti.
Podrás ver el astro
Que tantas veces te has negado.
Me mostrarás las minúsculas estrellas
Que a veces iluminan
El enigma de tu alma.

No quiero esconder mis sombras,
Ni que me impidas ver las tuyas,
Aunque te cueste.
Así es que no apagues la luz.
No apagues la luz.
No apagues la luz.


Amparo de Vega


jueves, 20 de noviembre de 2014

Cuando ellos se van









Cuando ellos se van, ella vuelve a su sueño. No quiere sentir el sabor metálico en la boca, la garganta seca y el escalofrío. Se tumba sobre la tierra y se deja acariciar la espalda por los sauces llorones, que sean las hojas quienes bullan en su vientre y los astros quienes la protejan. No quiere paraísos artificiales. Prefiere que susurre en su oído la música del viento o de las olas del mar cuando la tierra se torna arena, y que algún faro la alumbre.

Cuando ellos se van, ella se embarca en algún buque imaginario y hace de su camarote su reino. Desde él construye acogedoras ciudades con casas de muñecas y ventanas desde las que siempre se ven la estrellas. En esas casas están ellos, tal y como los recuerda cuando ellos la amaron como ella deseaba que la amaran, en perfecto silencio y con mirada hambrienta. Cada uno en su estancia, conformando un paisaje en el  tiempo.

Cuando ellos se van, ella se queda, ya no huye buscando escenarios imposibles, pero tampoco espera. Vuelve a sus cálidos cuarteles de invierno, aunque sin armas de defensa y sin cerrojos. Y no coloca la placa de prohibida la entrada. Si alguien llama a la puerta, se aproxima lentamente hacia ella, sin premura, acerca el ojo a la mirilla y, si la imagen borrosa del rostro que ve al otro lado le resulta familiar, entreabre la puerta y le cede el paso. 




Amparo de Vega Redondo


martes, 18 de noviembre de 2014

When you are old/ Cuando seas vieja. William Butler Yeats















When you are old and grey and full of sleep,
And nodding by the fire, take down this book, 
And slowly read, and dream of the soft look
Your eyes had once, and of their shadows deep;

How many loved your moments of glad grace,

And loved your beauty with love false or true, 
But one man loved the pilgrim soul in you,
And loved the sorrows of your changing face

And bending down beside the glowing bars, 
Murmur, a little sadly, how Love fled 
And paced upon the mountains overhead
And his face amid a crowd of stars.



Pintura de Edward Hopper


Cuando seas vieja y canosa, y te venza el sueño,
des cabezadas junto al fuego, coge este libro,
Y léelo despacio y sueña con la mirada suave
Que tuvieron tus ojos una vez, y con sus profundas sombras;

Cuántos amaron tus momentos de alegre gracia,
Y amaron tu belleza, con amor falso o  sincero,
Pero sólo uno amó el alma peregrina que hay en ti,
Y amó las aflicciones de tu versátil rostro;

E inclinándote  junto a los ardientes leños,
Susurra, algo apenada, cómo se fue el Amor
Y se alejó tras las altas montañas
ocultó su rostro  entre una multitud de estrellas.

Traducción de Amparo de Vega





lunes, 17 de noviembre de 2014

Desde el Muelle de South Street














Con esta postal participé en el I Concurso de Microrrelato postal que convocó el Club de Escritura Fuentetaja. La idea de rendir un pequeño homenaje a Norma Jean, más que a Marilyn, me rondaba la cabeza tras la vuelta de un viaje a Nueva York, donde su presencia es evidente.


Una de las zonas que más me gustan de esta ciudad es el puerto marítimo de South Street (South Street Seaport), cerca del Distrito Financiero. Desde allí puedes contemplar una de las mejores vistas al puente de Brooklyn. Hay una gran plataforma de madera  con butacas y tumbonas donde puedes sentarte y descansar del ajetreo de la ciudad. Si miras hacia atrás verás los grandes rascacielos del Finacial Distric y la zona 0. 


Este muelle era frecuentado por Marilyn.  Se sentaba allí con su amigo Truman Capote, buscando un poco de tranquilidad. Ella soñó en algún momento con dar vida al extravagante personaje de Holly Golightly en Breakfast at Tiffany's. Ya sabemos que no lo consiguió. Capote veía a Norma más allá de Marilyn, percibía toda su vulnerabilidad, tal vez porque también la reconocía en sí mismo. En la semblanza que hizo de ella en su libro Música para camaleones se aprecia esta mirada. Os dejo enlace a esta semblanza titulada Una adorable criatura , así como a un artículo que apareció en el diario El País  hace un par de años.


©Amparo de Vega

















Esta visión de Marilyn, unido a su historia de amor con el dramaturgo Arthur Miller, quien trabajó en los astilleros de Brooklyn, y cuya obra siempre he admirado, me inspiraron para componer esta postal microrrelato. Quería mostrar la parte más humana y tierna de la mujer que había tras el mito. Quería mostrar algo de Norma Jean. 





“To have survived, she would have had to be either more cynical or even further from reality than she was. Instead, she was a poet on a street corner trying to recite to a crowd pulling at her clothes.” -



"Para haber sobrevivido, ella tendría que haber sido mucho más cínica 
o haber estado mucho más lejos de la realidad de lo que estaba. En lugar de esto, fue una poeta en una esquina intentando recitar a una multitud que le tiraba 
de la ropa"

Arthur Miller




Me pregunto si de verdad es necesario convertirse en una cínica para sobrevivir...










viernes, 14 de noviembre de 2014

La belleza de las cosas

"Anything can happen in a world that holds such beauty" 

 "Cualquier cosa es posible en un mundo que contiene tanta belleza"


Peter S. Beagle

Message from the Sea de Christian-Schloe






Si miras al cielo, te detienes en una nube que se mueve lentamente a través del horizonte y te quedas perpleja, si te dejas hechizar por una de esas canciones que suben por tu espina dorsal y aterrizan en tu hombro, sobre el que posas tu mano buscando aquella que un día reposó en él... Si eres capaz de ver esa lágrima que aún no ha roto pero que está a punto de caer y mantener la mirada de quien está ante ti... Por no hablar del Mar...

Si puedes aislar de entre los recuerdos aquel que te hizo grande, si al pisar un charco embarrado consigues chapotear en él como lo hacías cuando ibas camino del colegio...Si sabes apreciar el calor que te regala el sol del Sur aún en los días de invierno... Si eres capaz de sentir cada uno de los besos y abrazos que depositaron en ti y aquellos que nacieron en tu boca y en tus brazos, si puedes hacerlo... Por no hablar de Sirenas...

Si sabes acariciar tu piel y al hacerlo es también  otra piel la que acaricias...Si encuentras confort en esa manta que te cubre en el sofá de casa, si puedes discernir la dulzura,  acidez y amargura de la copa de vino que bebes sorbo a sorbo mientras miras por la ventana, y brindar por ti... Si conservas la curiosidad de mirar a quien entra por la puerta de un café mientras sigues buscando respuesta a una pregunta... Por no hablar de Odiseas...

Si puedes apreciar la complejidad de lo aparentemente simple, sin intentar comprendérlo, sino simplemente sentirlo... Si eres capaz de desprenderte por un momento de la tiranía de tu mente y su persistente parloteo... Si consigues acallar todas las voces y tras dejar que se haga el silencio puedes llegar a escuchar la tuya auténtica y dejarte arrullar por ella... Y si, además, puedes ver más allá de la evidencia y creer en lo imposible... Por no hablar de Poseidones...

Si fueras capaz de cazar estrellas en lugar de mariposas y pescar lunas crecientes en lugar de peces, si dejaras que en tu espalda se erigieran castillos y navegaras en barcos de alas en lugar de velas, si creyeras que puedes subir a las nubes a tomar el té con una de tus mejores amigas para luego bajar, fundirte con la tierra y dejar  que un árbol pueda crecer sobre ti y lanzar caracolas al cielo como si fueran cometas...Por no hablar de Islas...

Si pudieras congelar una de esas imágenes que te llenó de emoción en aquella sesión de un cine con butacas de madera...Si pudieras deslizar por tu boca el tallo de una rosa y no sentir sus espinas...Si consiguieras que la escalerilla de una torre vigía te llevara al cielo sin tener que defenderte de los piratas berberiscos, si creyeras que de las astas de un ciervo pueden brotar flores, que de tu chistera puede salir cualquier cosa que necesites y  que el mundo está bien siendo tal cual es...Si la flecha que te atraviesa el pecho no te doliera tanto como para no permitir que puedan atravesarte cien más, entonces, seguramente, ya sabrías donde reside la belleza de las cosas...

Amparo de Vega Redondo

Obra de Christian-Schloe




Mi agradecimiento al artista austriaco Christian-Schloe, cuya obra 
ha servido en gran parte de inspiración para la creación de este texto. 










lunes, 10 de noviembre de 2014

Le devovió la flor









El adiós venía envuelto en una caja. Ningún enigma en su interior.Tan solo una despedida hecha de negaciones, el olvido arrancado de cuajo. La flor seca, apenas contemplada cuando aún había estado por abrirse, y un libro que se había quedado huérfano. Al igual que la flor, nunca había sido de ella, porque la había arrancado para él. Papel, madera, tinta y metal, el que permite el acceso al calor de un hogar; una postal devuelta con matasellos de una isla lejana y huecos que envolvían cada objeto que iba surgiendo de la caja. No había música, ni aromas, ni granos de arena. Un adiós abrupto, sin matices ni palabras. Nada podía leerse entre líneas porque no había nada, solo un punto final al vacío. Un adiós a un espejismo, a lo que nunca había sido. Nada. Le había devuelto la flor entera, ni un pétalo guardó. Se había quedado con los besos, pero le devolvió la flor.

Amparo de Vega Redondo










sábado, 8 de noviembre de 2014

Yo no era más que aquello que tú...

Un poema de Joseph Brodsky
(Premio Nobel de Literatura en 1987)


 
Obra de Fabio Hurtado






  





                                                                           
 A.M.B.

Yo no era más que aquello que tú
con la mano acariciabas,
allí donde en noche de pavor,
cerrada, la frente reclinabas.

Yo no era más que aquello que tú
distinguías allá, abajo:
primero, solamente imagen vaga,
mucho después, también los rasgos.

Tú fuiste quien, ardiendo,
creaste en un susurro
las conchas de mi oído,
el diestro y el siniestro.

Tú quien, meciendo la cortina
en el mojado cuenco de la boca,
me plantaste la voz
que te llamaba a gritos.

Yo estaba ciego, simplemente.
Y tú, escondida, brotando,
me obsequiabas el don de ver.
Así es como se deja rastro.

Así es como se engendran mundos.
Así, a menudo, tras crearlos,
los dejan dando vueltas
los dones dilapidando.

Así, ora al fuego lanzado,
ora al frío, ya a la luz, ya a lo oscuro,
perdido en la creación del mundo,
el globo va girando.

1981

Joseph  Brodsky

De "No vendrá el diluvio tras nosotros" (Antología 1960-1996)
Versión de Ricardo San Vicente









jueves, 6 de noviembre de 2014

Ese dulce sentimiento llamado Tristeza

 
 
 



Recuerdo haber leído una cita que decía : "Entre la tristeza y la nada, me quedo con la tristeza". No recuerdo quien lo había escrito pero sí el día que la leí; estaba tumbada en la cama desde la que podía ver el mar y me di cuenta de que la tristeza no dolía, tan solo nublaba un poco el horizonte, era como las luces bajas que enciendes en el salón de casa una tarde de invierno cuando comienza a oscurecer. Es sencillamente como un blues, como una sombra o un pañuelo de seda que te envuelve el cuerpo. Para mí nada tiene que ver con el tedio, término al que aludía la escritora Françoise Sagan para referirse a un sentimiento desconocido al que no sabía nombrar. Se decantó por llamarlo tristeza, aún cuando ésta, la tristeza, le pareciera "honrosa" mientras que aquella emoción que se le revelaba como algo nuevo la calificaba de egoista. Sin embargo, las emociones y sentimientos rara vez se experimentan en estado puro, suelen ser complejos. La tristeza es dulce y amarga, como cantaba Juliette Grecó: "My bittersweet tristesse..."

 


Este es el comienzo de la novela Bonjour, tristesse, de Françoise Sagan: "Sur ce sentiment inconnu dont l'ennui,la douceur m'obsèdent, j'hésite à apposer le nom, le beau nom grave de tristesse. C'est un sentiment si complet, si égoïste que j'en ai presque honte alors que la tristesse m'a toujours paru honorable. Je ne la connaissais pas, elle, mas l'ennui, le regret, plus rarement le remords. Aujourd'hui, quelque chose se replie sur moi comme une soie, énervante et douce, et me sépare des autres."

 







































A ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura me obsesionan, dudo en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza. Es un sentimiento tan total, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, cuando la tristeza siempre me ha parecido honrosa. No la conocía, tan sólo el tedio, el pesar, más raramente el remordimiento. Hoy, algo me envuelve como una seda, inquietante y dulce, separándome de los demás."









El director de cine americano y origen judeo-austriaco Otto Preminger (Laura, Cara de ángel, Anatomía de un asesinato...) llevó a la pantalla esta novela, éxito de ventas y  premio de la crítica francesa en 1954, con la malograda Jean Seberg en el papel de Cécile, la protagonista. Yo os recomiendo leer la novela y luego ver la película.














domingo, 2 de noviembre de 2014

En casa















En casa hay una taza que lleva tu nombre, un trozo de bizcocho de nueces, apartado, y unos zapatos sin pies. Hay un hueco en el lado izquierdo de la cama, una camiseta descolorida  en el cesto de la ropa y  un cepillo de dientes, seco, en aquel mug que vos me regalaste. La guitarra que bajé del trastero, la de mis quince años, reposa ahora contra una de las paredes del salón. A veces, cuando paso de manera atolondrada ante ella, se escapa un acorde disonante.Y este sonido me recuerda que, tal vez, deba devolverla al desván. Hay un puñado de canciones en mi playlist; algunas permanecerán y otras se irán por la ventana desde la que hasta hace poco te veía llegar. Y a veces, por sorpresa, cuando parecen haber desaparecido todos los rastros, me asalta algún pensamiento incontrolado, una punzada en mi pubis, entonces miro la pared, la que se ha quedado vacía, de la que han volado todos los pos-it con los recordatorios, las fotos y los poemas, el confort de reposar la cabeza en un regazo y caricias en los pies. Y más allá de la desnudez de esa pared, veo un desconchado con un resto rojizo, una grieta que intentaré ocultar, pero a la que tal vez ni cien capas de pintura consigan devolver su primer color.

Amparo de Vega Redondo