La película Ricas y Famosas (1981), la última que dirigió George Cukor, ese director que tan bien supo retratar el universo femenino, la vi con unos compañeros del Instituto del Teatro en el que por entonces estudiaba Arte Dramático, poco después de mi llegada a Sevilla tras acabar mis estudios universitarios en Valencia. Es de esas películas que cuando sales del cine te hace sentir que has perdido toda capacidad crítica, sencillamente porque ha conseguido emocionarte y has entrado en ella a saco. Ese espléndido duelo interpretativo entre Jacqueline Bisset (una de las actrices con mayor capacidad expresiva) y Candice Bergen va parejo a un duelo de emociones propias de una amistad que se inicia en la infancia y se prolonga hasta la madurez, una amistad sincera pero no por ello exenta de pequeñas envidias y traiciones. Porque la amistad nunca es perfecta y el no serlo no la hace menos valiosa.
Cuando llegué de Valencia tuve que comenzar de cero en muchos aspectos. Supuso un punto de inflexión en mi educación sentimental. Había dejado en la ciudad de la Estación del Norte, del Grao, la Malvarrosa, el mar de Sorolla..., algunas relaciones rotas. Lo mismo me ocurrió cuando abandoné Badajoz, donde había transcurrido mi niñez. La primera escena de esta película, en la que dos amigas adolescentes que comparten internado se separan de madrugada cuando una de ellas va a escaparse con su novio, me hacía conectar con la primera amiga que tuve y a la que había perdido hacía mucho tiempo. Luego la película recorre la vida de estas dos mujeres, tan diferentes, a lo largo de los años en los que se convierten en dos escritoras ricas y famosas pero infelices. Y es que la historia que nos cuenta Cukor es la de dos mujeres que desean justo lo que no tienen y que "sabían exactamente la vida que querían tener: ¡la de la otra!"
La conversación. Matisse |
Cuando era niña era extremadamente exigente con mis amigas y no digo amigos porque iba a un colegio de monjas y tenía un padre muy severo que no me dejaba salir con chicos...
Si alguna de ellas no se comportaba de la manera que yo consideraba debía hacerlo una buena amiga, pasaba a borrarla de mi lista de AMIGAS (yo escribía esa palabra con mayúsculas). Creía tener un concepto muy elevado de la amistad. En realidad lo que tenía era un ideal basado en la perfección, como suele ocurrir a una edad en la que aún no has podido entender la complejidad del mundo y mucho menos la del ser humano. Pensaba que la amistad era un concepto absoluto, como el amor. Esa idea me llevó a ser tan rígida que durante mucho tiempo creí no tener grandes amigas. Con el tiempo me he dado cuenta de muchas cosas (¡menos mal!). Una de ellas es que la amistad es una carrera de fondo en la que a veces pierdes de vista a alguna de las personas que corren contigo, en ocasiones para siempre, y a otras las irás reencontrando en algún momento, o correrás a la par con ellas siempre.
Cada amiga es singular en su modo de ejercer la amistad y por tanto única. Por eso resulta tan difícil responder a esa pregunta de quién es tu mejor amiga. Es verdad que la amistad se produce a diferentes niveles cualitativos y esa diferencia tal vez sea la que te haga considerar quienes son amigas y quienes meramente compañeras o conocidas. Sin embargo, otra de esas cosas que aprendes con el tiempo es que las etiquetas, si no tenemos más remedio que colocarlas para poder identificar y comprender el mundo, solo debemos hacerlo cuando las cosas se van definiendo por sí mismas y no antes. Y ese "definirse" en realidad lleva toda una vida.
Hay algo especial en la relación entre las mujeres más allá de lo que proclama ese tópico, y en el que hay gran parte de verdad (me refiero a esas teorías sobre nuestra capacidad para conectar, para compartir emociones, para sanarnos mutuamente...) que seguramente tenga su origen en la antigüedad cuando las mujeres se nutrían de la compañía de sus iguales para hacer más llevadero el aislamiento en un mundo de hombres y para compartir la gran riqueza de su mundo interior (pensemos en los gineceos griegos o los harenes egipcios, por ejemplo).
Se dice que una mujer puede ser el peor de los enemigos para otra mujer y, desgraciadamente, es así en ocasiones. Las mujeres suelen rivalizar con frecuencia, pero no siempre. Por eso una de las cosas que más aprecio de las mujeres amigas es que consigan desprenderse de esa tendencia que les lleva (nos lleva) a escamotear halagos sinceros entre nosotras. Somos humanas y, a veces, deseamos ser, parecer o tener algo de ellas, ya sea una parte de su rostro o de su cuerpo, alguna de sus habilidades, su belleza, su inteligencia, su trabajo, su poder o incluso el hombre que tienen a su lado. Y lo hacemos porque, una vez más, al igual que lo hacemos con todo lo que está fuera de nosotras mismas, solemos idealizarlas, siempre serán "las otras", esas diosas que potencialmente pueden hacernos sombra. Pero en el fondo esto conlleva una especie de secreta admiración por esas otras mujeres. y la admiración, al contrario que la envidia, va ligada al amor.
De cada una de mis amigas hay algo que admiro, algo que aprendo. A veces me sirven de espejo, para mostrarme lo que yo no quiero o no puedo ver, o para apreciar qué hay en ellas diferente a lo que soy y me hace enriquecerme. Reunirme con ellas, dejar que la charla discurra, incontenida, entre risas y lágrimas, es una de las cosas más gratificantes cuando una tiene el corazón roto o el alma hecha jirones. Tal vez no siempre puedan estar en el momento justo en el que las necesitamos pero estoy convencida de que si les lanzas un S.O.S ellas estarán ahí.
A todas mis amigas, a las que se fueron para no volver, a las que están lejos o detenidas en el tiempo. a las que tal vez no pueda volver a recuperar, a las que aparecen y desaparecen, a las que cuidan de nuestra amistad con pequeños o grandes gestos, a las que contra todo pronóstico han vuelto a formar parte de mi vida, y también a las que vendrán, porque mi cupo de la amistad nunca está cerrado; a todas ellas, GRACIAS por haberme hecho comprender que la amistad es imperfecta y que si bien hay cabida para la decepción también la hay para la reconciliación y el perdón.
Me gusta imaginar que con alguna de ellas llegará un día en el que pueda reproducir vagamente la escena final de esa gran película Ricas y Famosas, de la que hablaba antes:
Merry (Candice Bergen) y Liz (Jacqueline Bisset) tienen una fuerte discusión el día de Fin de Año. Es una de esas discusiones en las que la lengua se afila y las palabras hieren. Merry disfruta de una fiesta con la jet set neoyorkina mientras que Liz, mujer solitaria e independiente, se ha marchado a su casita de Connecticut. De repente, Merry decide abandonar la fiesta, coge una botella de champagne, sale a la calle y se sube a un taxi. Liz está sentada frente al fuego, tomando una copa, cuando llaman a la puerta. Merry entra enfundada en su visón y se sienta junto a su amiga. Comienzan a hablar de hombres (tema recurrente en sus vidas ya que Liz fue la antigua novia del marido de Merry), la amistad... Liz desea dejar atrás esa idea romántica de que los hombres vean algo misterioso y seductor en su obra o descubran la poesía de su cuerpo. Cuando el reloj está a punto de marcar la medianoche Liz le pide algo a Merry:
LIZ - Merry, házme un favor. Bésame
MERRY- Después de todos estos años, ¿no irás a decirme que hay algo raro en ti?
LIZ- Es Nochevieja. Quiero apretar carne humana y tú eres la única carne que tengo cerca. Bésame
Lo siento, pero no he podido encontrar el vídeo de esta escena doblada. Sin embargo no son imprescindibles las palabras, sencillamente vedla. A mí, después de tantos años, sigue emocionándome.
En cuanto a mis amigos, eso podría ser objeto de otra entrada en este blog...
Como bien dices, la amistad es otra parte más del espectro de las diversas formas de relacionarnos los seres humanos. Es cierto, también, que el concepto de amistad entre hombres y mujeres, varía un poco. No es extraño ver a dos amigas del brazo, o abrazarse sin complejos ni vergüenza. Esto se debe, creo, a que culturalmente, la mujer ha expresado sus sentimientos de forma mas natural y libre. En los hombres, la cultura nos condiciona a ocultar o ser más rígidos al respecto. No está tan bien visto ver a dos amigos del brazo, salvo, patológicamente, en algunos países árabes. En la amistad hombre hombre, hay como una senda de acontecimientos que jalonan un mundo de recuerdos, de anécdotas. Un par de amigos pueden ir de pesca un fin de semana, hablar muy poco y forjar una relación que también es especial.
ResponderEliminarMás allá de esto, que da para muchas entradas, creo que la amistad tiene un denominador común, que no es otro que la Atemporalidad. Con mis amigos de verdad, puedo sentarme después de veinte años, y continuar la charla, como si ese tiempo no hubiese transcurrido.
Un abrazo
Amparigües, cómo siempre me emociona leerte y me enriquece mucho más. Sé que soy una de esas que , contra todo pronóstico, volvió ha entrar en tu vida " y no sabes cuanto lo estoy disfrutando
ResponderEliminarTe quiero Amiga.😊
Un gran descubrimiento, leerte.
ResponderEliminarBon Nadal y un beso fuerte, Amparo.
MaJosé Domenech
Complicidad, amiga
ResponderEliminarEs amor, reconocimiento y complicidad...
Un beso grande, grande
Marisa