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sábado, 13 de junio de 2020

Hanging on











       "In the old days, if someone had a secret they didn't want to share (...) They went up a mountain, found a tree, carved a hole in it, and whispered the secret into the hole. Then they covered it with mud. And leave the secret there forever."

      "En la antigüedad, si alguien tenía un secreto que no quería compartir (...) Iba a la montaña, encontraba un árbol, escarbaba un hoyo en él y le susurraba su secreto. Luego lo cubría con lodo. Y dejaba el secreto ahí para siempre." 

         Chow Mo-wan ("In the mood for love" Wong Kar-wai, 2000)








Más que esperar,
Ella lo sueña,
Su fervor,
Su anhelo,
El asombro,
El fulgor
En la mirada,
La curiosidad 
Incesante, 
La fascinación al rasgar
La superficie en la pared
Ligeramente desprendida, 
Febril el deseo por descubrir 
Lo que ocultan las flores
Tras el papel pintado. 
Más que esperar, 
Ella sueña con ser flor. 









viernes, 21 de agosto de 2015

El beso





 


Un mundo nace cuando dos se besan
Octavio Paz



Había pasado la tarde buscando un regalo de aniversario para celebrar sus cinco años de vida en común. Finalmente se había decidido por un elegante jersey de marca que le pareció perfecto para él. Habían procurado no limitar sus vidas a los amigos comunes, por lo que era frecuente que salieran por separado y mantuvieran una cierta independencia. Cuando llegó a casa, poco antes de la hora de almorzar, escuchó un mensaje de él en el contestador comunicándole que no le esperara para comer. A veces agradecía estos momentos en casa para ella sola. Abrió un par de latas y disfrutó de una comida improvisada. Pasó la tarde tumbada en el sofá, viendo una película y devorando los restos de los dulces navideños, con constantes idas y venidas a la cocina. Dormitó un poco y, cuando vio que ya había oscurecido, miró extrañada a través de la ventana. No había previsto una ausencia tan prolongada, por lo que comenzó a caer en un estado de ociosidad, agravado por el hecho de que el reproductor de música no funcionaba correctamente, algo que venía ocurriendo desde hacía tiempo, al parecer debido a alguna mala conexión que él había prometido solucionar ese mismo día. Aderezó el cordero que pensaba cocinar para el día siguiente y que a él tanto le gustaba. Si lo hacía con un día de antelación, la salsa cobraba más cuerpo y el guiso intensificaba su sabor.

Eran cerca de las doce de la noche, aunque ella ya había perdido la noción del tiempo hipnotizada por la pantalla del televisor que había vuelto a sumirla en el sueño. El sonido de la llave en la cerradura y la posterior apertura de la puerta la despertaron.
      — ¡Hola!
     — ¡Hola! –se incorporó en el sofá y miró confundida su reloj de pulsera—. ¿Dónde has estado?
     — Pues resulta que me he encontrado con una amiga... —respondió dándole un beso en la frente.
     — ¿Qué amiga? —encogió las piernas y las rodeó con los brazos mientras esperaba una respuesta.
     — ... Paula—. Se quitó la chaqueta y se sentó en el sofá, a su lado, y ligeramente vuelto hacia ella.
Ella se levantó y fue a la cocina. Guardó la cacerola con el guiso en el frigorífico. Examinó el contenido del interior, lo cerró y luego se dirigió a uno de los armaritos de la cocina del que sacó una bolsa de cacahuetes. Volvió al salón. Él miraba la pantalla del televisor, concentrado en el avance del último telediario del día.
         — ¡Qué bien huele! ¿Has hecho cordero?
         — Sí. ¿Hay algo que quieras contarme? —replicó ella mientras comenzaba a comer cacahuetes.
—  Bueno, pues… me la encontré en el cajero automático que hay justo enfrente de mi estudio...
— Pensé que vivía en Bruselas...
— Vive allí pero su madre está enferma y ha pedido unos días de permiso.
¿Habéis estado juntos hasta ahora? —preguntó ella.
—Sí, hacía tanto tiempo que no nos veíamos, y tenía tan mal aspecto que... bueno..., me invitó       a tomar una cerveza.
— Vaya, parece que la cerveza se ha alargado un poco más de la cuenta....
— Sabina, no pretendo ocultarte nada. Te diré exactamente lo que ocurrió...
¿Debo preocuparme?
No empecemos, —le quito de la mano la bolsa de cacahuetes— déjalos ya, sabes que no te sientan bien. Nunca te he ocultado nada...
       — Bueno, ya conoces mi lema: Dime la verdad pero hazlo con tacto.
      — Sabina, no saques las cosas de quicio, no ha pasado nada. Ya te he dicho que me la encontré              justo cuando salía del estudio. Al principio no la reconocí, fue ella quien dijo “Hola”. Estaba tan          cambiada...
     — Ya. Bueno, si te interesa mi opinión, no creo que el encuentro fuera producto del azar.
    —  ¿Qué quieres decir?
    —  Pues que ella fue a buscarte premeditadamente, pero bueno, sigue...
    —  Ya sabes cómo nos separamos; al parecer todo fue un malentendido.
    — ¿Un malentendido? —Volvió a coger la bolsa de cacahuetes— ¿Me estás diciendo que después           de siete años sin veros, descubrís que os separasteis por un malentendido?
    —  Ya te he dicho que estaba un poco desanimada, y me preguntó si tenía tiempo para tomarme              una    cerveza. Comprenderás que no pude negarme. Además, hemos hablado muchas        veces          de esto, Sabina. Uno no puede huir de las cosas que le persiguen.
   —  ¿Me estás queriendo decir que en todo este tiempo ella te ha estado persiguiendo?
   —   Pues de alguna manera sí; pero por favor, no te precipites en tus conclusiones, aún no te                       he contado nada.
  —   Adelante –Sabina dejó en la mesita de centro la bolsa de cacahuetes, cogió el mando a distancia del televisor y bajó el volumen.
   —Pues nos fuimos a comer a El Caballito de Mar
   — ¿A la playa? –preguntó con estupor.
   — Hacía un día estupendo y ella quería ir a un sitio tranquilo al aire libre
   — ¡Qué astuta!
   — Me di cuenta de que se encontraba muy sola, y era como si necesitara asegurarse de algo.
   — ¿De qué? —preguntó Sabina.
   — Pues de quién había dejado a quién.
   — Tal y como tu me lo contaste, ella se fue sin más, ¿no es así?
   — Sí, eso es lo que yo creía.
   — ¿Y no fue así?
   —  Me dijo que se había ido porque presentía que yo iba a dejarla y no podía soportarlo.
   — Ya, bueno, ve al grano. ¿Lo hicisteis o no lo hicisteis?
   — No, no lo hicimos.
   — ¿No lo hicisteis? No esperarás que te crea.
   — Entonces ¿por qué me lo preguntas? Sabina, no voy a decirte nada que no sea verdad. Comimos         y bebimos un poco, luego ella lió un cigarrillo.
   — ¿Quieres decir un canuto?
  —  Sí, eso es...
  — ¿Fumaste hachís?
  — ¡Por Dios, Sabina, no soporto ese tono moralista! Sí, he fumado hachís. ¿Qué hay de malo en               ello? ¿Es que tú nunca lo has hecho?
  — Creía que hacía tiempo que no lo hacíamos.
  — ¿Qué pasa? ¿Es que tengo que pedirte permiso para hacerlo?
  —  No grites. No creo que a los vecinos les incumba si fumamos o no —Sabina volvió a coger el             mando del televisor y subió el volumen para amortiguar sus voces.
  —  No grito. Sencillamente estoy intentando contarte lo que ocurrió exactamente y tú me regañas             como si fuera un niño.
Transcurrieron unos segundos. Los dos miraban la pantalla del televisor en la que proyectaban una vieja película en blanco y negro
   —  ...Pero si tu coche está estropeado... ¿Cómo habéis ido hasta allí?
   —  Fuimos en el suyo. Cuando acabamos de comer y subimos al coche lió un canuto, encendió el              radiocasete y puso aquella cinta.
  —   ¿Qué cinta?
  —   Bueno, una cinta que solíamos escuchar. Ya sabes, algunos clásicos de los ochenta.
  —  Ya, ¿alguna canción en particular?
  — ¿Qué importancia tiene eso?
  —  Simple curiosidad —respondió abriendo las aletas de la nariz y mirando la pantalla del televisor. Volvió a bajar el volumen y siguió con la mirada fija en la pantalla, observando los gestos de Cary Grant.
  —Luego nos dimos un beso —continuó él.

Elliott Erwitt Kiss

Ella se levantó del sofá, fue a la cocina y sacó una tableta de chocolate del armarito; partió un par de onzas y comenzó a mordisquearlas. Luego se puso a fregar los cacharros que había en el fregadero con brusquedad y haciendo mucho ruido. Cuando levantó la vista lo vio en la puerta, mirándola.
        — Sólo fue un beso –dijo él.
       — ¿De verdad crees que soy tan gilipollas? ¿Sólo fue un beso? ¡No me irás a decir ahora que fue ella quien te lo dio!
Pues no, nos lo dimos los dos, y fue un beso bonito y tierno...
      — Por favor, ahórrate los detalles.
— Creí que querías saberlo todo.
—  Mira, —cerró el grifo, se secó las manos en un paño y salió de la cocina en dirección al salón— dime ya de una vez cómo acabó todo. ¿Lo hicisteis, verdad?
— No, no lo hicimos —le respondió.
— ¿Os besasteis y ahí acabó todo? —Volvió a sentarse en el sofá, con las piernas encogidas, los brazos cruzados, mirando a la pantalla del televisor.
— Nos abrazamos, y luego ella propuso que nos tumbáramos un rato al sol. Así es que bajamos del coche y extendimos una manta entre los cañaverales.
—¿Llevaba una manta en el coche? –preguntó incrédula.
— Pues sí, tenía una...
—Y entonces.... lo hicisteis, ¡admítelo de una vez!
—Sabina, te repito que no lo hicimos.
— Pues resulta bastante difícil de creer.
— En ese caso no tiene sentido que te cuente nada más, si te vas a poner así...
     — ¿Ponerme así? El hombre con el que comparto mi vida desde hace cinco años me dice que ha besado a su gran amor y... ¡Me reprochas que me ponga así!
Él volvió a subir el volumen del televisor para camuflar el elevado tono de voz de ella.
    — Tranquilízate, Sabina. Para empezar, ella no es mi gran amor.
    — ¿Por qué la besaste?
    — Necesitaba hacerlo. Si no lo hubiera hecho habría estado pensando en lo mucho que me hubiera gustado hacerlo y esa idea no dejaría de perseguirme. ¿No puedes entenderlo, Sabina?
  — Pues no, no lo entiendo. Me parece una excusa absurda para justificar uno de esos impulsos irrefrenables que los hombres parecéis tener tan a menudo.
 — Oye, no te pases. No creo haber tenido ningún impulso irrefrenable en estos cinco años y, además, yo no he dicho que esto lo fuera. La besé sabiendo lo que hacía.
  — Por favor, no lo estropees más.


         
Ingrid Bergman y Cary Grant en Notorious (A. Hitchcock  1946)


Él cogió un cojín del sofá y lo lanzó con desgana al sillón de al lado. Se levantó y salió de la habitación. Ella permaneció delante del televisor, arrancándose la cutícula de las uñas con los dientes y mirando la pantalla de manera intermitente .Un primer plano de Cary Grant besando a Ingrid Bergman retuvo su mirada. Él volvió a entrar en el salón y se puso frente a ella, mirándola.
     —¿Puedes apartarte a un lado? Me gustaría ver a Cary Grant.
—Por favor, ¡No frivolices!
—Quiero ver a Cary Grant. ¿Te has fijado en qué bien besa?
—Odio cuando adoptas esa postura.
—Me encanta cómo lo hace, tiene tanta clase... Tú nunca me besas así, siempre utilizas la lengua. ¿Fue un beso con lengua?
—No tengo nada más que decir
—¿Por qué no reconoces que lo hicisteis?
—¡NO LO HÍ-CI-MOS!, ¡JODER!
     — Muy bien, pasemos al capítulo siguiente: el beso, la manta, ¿y luego...?
    — Le acaricié el pelo, volví a besarla, la abracé, nos tumbamos... Estábamos escondidos entre los cañaverales y...
— Sigue.
— No pude hacerlo. Estaba pensando en ti, en todos nuestros proyectos, en tu lunar...
— ¿Qué lunar?
— Ése que tienes en la espalda.
—Y... ¿No lo hicisteis?
—No
¿Y ella?
— Me preguntó qué me pasaba y luego me preguntó si quería que fuéramos a un hotel.
— ¡Qué hija puta! ¿Y fuisteis?
   —  No, guardamos la manta y estuvimos caminando un rato por la playa, charlando.
   — ¿De qué?
   —  De nosotros.
   — ¿De vosotros?
   — No, de ti y de mí.
   — ¿Qué le dijiste de mí?
  —  Le dije que te quería y que deseaba tener un hijo contigo. También le dije que lo nuestro había sido muy bonito pero que fue ella quien se marchó y ahora ese espacio lo ocupaba otra persona. Así es que le dije: “La quiero a ella”
   — ¿A ella?
  —  A ti, Sabina. No puedo decir que ella no me hiciera evocar momentos muy bonitos. ¡Teníamos poco más de veinte años! ¿No puedes comprenderlo?
  — No quiero comprenderlo, y ahora, si no te importa, me gustaría acabar de ver la película.
  —  Muy bien, yo me voy a la cama.
Cuando estaba a punto de salir de la habitación, ella volvió a preguntarle:
   — ¿Fue un beso con lengua?
   —  No —respondió él.
   — ¿Qué lastima! Hubiera preferido que hubiese sido con lengua.
   —  ¿Sabes lo que más me gusta de ti, Sabina?
Ella le miro, esperando la respuesta
  —  ¡Eres tan imprevisible! Juraría que cualquier mujer hubiese preferido la pequeña infidelidad de un beso tierno a la de uno de esos que tu denominas “con lengua”. Pero bueno, esta discusión es ridícula.
  — Los besos de Cary Grant son sin lengua –Agregó ella mientras seguía con la mirada fija en la pantalla.
  —  Buenas noches –dijo él.
  —  Por cierto, —dijo ella— ¿podrías mirar mañana lo de la conexión del equipo de música?
  —   No te preocupes, mañana lo arreglo sin falta.
 ¿Sabes?... No tienes ni idea de las preferencias de una mujer en lo que se refiere a lo que tú calificas de pequeña infidelidad. Y además, yo no soy cualquier mujer.

Él se quedó mirándola un rato, sin comprender, hasta que, finalmente, antes de salir definitivamente de la habitación, le dijo:

   — Está bien, Sabina, ha quedado claro: la próxima vez será con lengua.

  

Cuando Sabina se quedó a solas en el salón, contemplando las últimas imágenes proyectadas en el televisor, se le humedecieron los ojos. Los mantuvo muy abiertos y en tensión. Con voz baja y muy despacio murmuró: “Te odio”. Al ver el fotograma the end impreso en la pantalla apagó el televisor. Se acercó hasta el equipo de música e intentó ponerlo en marcha, pero la conexión seguía fallando.

    — ¡Mierda! –dijo en voz baja a la par que le asestaba un golpe con el puño, a resueltas del cual se iluminó el piloto rojo de encendido. Bajo un fondo de clarinete de su concierto de Mozart preferido, cerró los ojos mientras un par de lágrimas se deslizaban por sus mejillas.  


jueves, 12 de febrero de 2015

FRASES DE CINE: "21 gramos". Alejandro Gonzalez Iñarritu (2003)





"La tierra giró para acercarnos, giró sobre sí misma y en nosotros, hasta que por fin nos juntó en este  sueño".








Este texto que cita el personaje de Paul Rivers (interpretado por Sean Penn) procede de un poema del poeta y ensayista venezolano Eugenio Montejo, La tierra giró para acercarnos:



La tierra giró para acercarnos 
giró sobre sí misma y en nosotros, 
hasta juntarnos por fin en este sueño 
como fue escrito en el Simposio. 
Pasaron noches, nieves y solsticios; 
pasó el tiempo en minutos y milenios. 
Una carreta que iba para Nínive 
llegó a Nebraska. 
Un gallo cantó lejos del mundo, 
en la previda a menos mil de nuestros padres. 
La tierra giró musicalmente 
llevándonos a bordo; 
no cesó de girar un solo instante, 
como si tanto amor, tanto milagro 
sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito 
entre las partituras del Simposio. 


Eugenio Montejo






La cita se inserta en el diálogo entre Paul Rivers (Sean Penn) y Cristina Peck (Naomi Watts):


Paul: -Hay un número oculto en cada acto de la vida, en cada aspecto del universo, fractales, materia… hay un número que clama por decirnos algo…. te estoy aburriendo. 

Cristina: -No, no, yo…, lo siento. 

Paul: -Lo sé, lo que intento explicar es que los números son una puerta para entender un misterio que es mayor que nosotros. El modo en que dos personas desconocidas llegan a conocerse. Hay un poema de un escritor venezolano que empieza: “La tierra giró para acercarnos más, giró sobre si misma y en nuestro interior hasta que por fin nos reunió en este sueño” 

Cristina: -Muy bonito 

Paul: -Tienen que ocurrir tantas cosas para que dos personas se conozcan. En el fondo, eso son las matemáticas. 

Si lo pensamos, es necesaria una ecuación tan compleja para que dos personas se encuentren...

Y este es el texto que escuchamos en off en la escena final de la película:




"How many lives do we live? How many times do we die? They say we all lose 21 grams... at the exact moment of our death. Everyone. And how much fits into 21 grams? How much is lost? When do we lose 21 grams? How much goes with them? How much is gained? How much is gained? Twenty-one grams. The weight of a stack of five nickels. The weight of a hummingbird. A chocolate bar. How much did 21 grams weigh?"


"Cuántas vidas vivimos? ¿Cuántas veces morimos? Dicen que todos perdemos 21 gramos en el momento exacto de la muerte, Todos. ¿Cuánto cabe en 21 gramos? ¿Cuánto se pierde? ¿Cuándo perdemos 21 gramos? ¿Cuándo se va con ellos? ¿Cuánto se gana? ¿Cuánto se gana? 21 gramos. El peso de 5 monedas de 5 centavos. El peso de un colibrí, De una chocolatina. ¿Cuánto pesaban 21 gramos?"



martes, 30 de diciembre de 2014

El mundo al atardecer

Recordando a Christopher Isherwood (I)


Blue Lovers. Marc Chagall














"A veces hablabas del amor de un modo que demostraba que se trataba de una experiencia personal. Te veo sentada en el crepúsculo de una tarde de invierno, con los dedos extendidos ante el fuego, contemplándolo fijamente y diciendo: "No, Stephen; no empieza así; no es cuando dos personas se sienten atraídas, sino en el momento en que comprenden que son distintas, tan distintas que resulta terriblemente doloroso, casi insoportable. Es como el polo Norte y el polo Sur. Es imposible estar más alejados, pero al mismo tiempo no puede haber dos puntos más cercanos en la superficie terrestre, porque entre ambos existe un eje y todo gira alrededor"

Christopher Isherwood, El mundo al atardecer





“The perfect evening...lying down on the couch beside the bookcase and reading himself sleepy...Jim lying opposite him at the other end of the couch, also reading; the two of them absorbed in their books yet so completely aware of each other's presence.” 

Christopher Isherwood, A Single Man

"La tarde perfecta...tumbado en el sofá junto a la estantería y leyendo somnoliento... Jim tumbado frente a él al otro lado del sofá, leyendo también, absortos los dos en sus libros y sin embargo completamente conscientes de la presencia del otro"

Christopher Isherwood, Un hombre soltero

(Traducción: Amparo de Vega)




“A few times in my life I’ve had moments of absolute clarity. When for a few brief seconds the silence drowns out the noise and I can feel rather than think, and things seem so sharp and the world seems so fresh. It’s as though it had all just come into existence.


I can never make these moments last. I cling to them, but like everything, they fade. I have lived my life on these moments. They pull me back to the present, and I realize that everything is exactly the way it was meant to be.” 

Christopher IsherwoodA Single Man

"Pocas veces en mi vida he tenido momentos de absoluta claridad. Cuando durante unos breves segundos el silencio ahoga el ruido y puedo sentir más que pensar, y las cosas parecen tan nítidas y el mundo parece tan nuevo. es como si todo acabara de comenzar a existir.

Nunca consigo que estos momentos duren. Me aferro a ellos, pero al igual que ocurre con todo, se desvanecen. He alimentado mi vida de esos momentos. Ellos me devuelven al presente y me doy cuenta de que todo es exactamente como debería ser"

Christopher IsherwoodUn hombre soltero

(Traducción: Amparo de Vega)

jueves, 6 de noviembre de 2014

Ese dulce sentimiento llamado Tristeza

 
 
 



Recuerdo haber leído una cita que decía : "Entre la tristeza y la nada, me quedo con la tristeza". No recuerdo quien lo había escrito pero sí el día que la leí; estaba tumbada en la cama desde la que podía ver el mar y me di cuenta de que la tristeza no dolía, tan solo nublaba un poco el horizonte, era como las luces bajas que enciendes en el salón de casa una tarde de invierno cuando comienza a oscurecer. Es sencillamente como un blues, como una sombra o un pañuelo de seda que te envuelve el cuerpo. Para mí nada tiene que ver con el tedio, término al que aludía la escritora Françoise Sagan para referirse a un sentimiento desconocido al que no sabía nombrar. Se decantó por llamarlo tristeza, aún cuando ésta, la tristeza, le pareciera "honrosa" mientras que aquella emoción que se le revelaba como algo nuevo la calificaba de egoista. Sin embargo, las emociones y sentimientos rara vez se experimentan en estado puro, suelen ser complejos. La tristeza es dulce y amarga, como cantaba Juliette Grecó: "My bittersweet tristesse..."

 


Este es el comienzo de la novela Bonjour, tristesse, de Françoise Sagan: "Sur ce sentiment inconnu dont l'ennui,la douceur m'obsèdent, j'hésite à apposer le nom, le beau nom grave de tristesse. C'est un sentiment si complet, si égoïste que j'en ai presque honte alors que la tristesse m'a toujours paru honorable. Je ne la connaissais pas, elle, mas l'ennui, le regret, plus rarement le remords. Aujourd'hui, quelque chose se replie sur moi comme une soie, énervante et douce, et me sépare des autres."

 







































A ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura me obsesionan, dudo en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza. Es un sentimiento tan total, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, cuando la tristeza siempre me ha parecido honrosa. No la conocía, tan sólo el tedio, el pesar, más raramente el remordimiento. Hoy, algo me envuelve como una seda, inquietante y dulce, separándome de los demás."









El director de cine americano y origen judeo-austriaco Otto Preminger (Laura, Cara de ángel, Anatomía de un asesinato...) llevó a la pantalla esta novela, éxito de ventas y  premio de la crítica francesa en 1954, con la malograda Jean Seberg en el papel de Cécile, la protagonista. Yo os recomiendo leer la novela y luego ver la película.














viernes, 31 de octubre de 2014

La Envidia de los Dioses vs. El Privilegio de los Mortales

¿De verdad nos gustaría ser inmortales? ¿Saber que estamos a salvo de esa sombra permanente que nos acecha? ¿Seríamos más felices sin la incertidumbre del "hasta cuando"? ¿No será cierto que lo que hace de la vida algo extraordinario es el saber que hay un final, que cada momento es único y que puede ser el último? Nos resistimos a aceptar la finitud, pero no sería la eternidad una losa, la desesperación más absoluta de la que solo podría redimirnos el sueño, el sueño... eterno?  

Si nos remontamos a los clásicos, escuchamos a Aquiles susurrarle a Briseida:





"I'll tell you a secret. Something they don't teach you in your temple. The Gods envy us. They envy us because we're mortal, because any moment might be our last. Everything is more beautiful because we're doomed. You will never be lovelier than you are now. We will never be here again"

(Troy, Wolfgang Petersen 2004)




Y el escritor americano afincado en Tánger, Paul Bowles, en su maravillosa novela The Sheltering Sky aborda también el carácter efímero y finito de la vida


Death is always on the way, but the fact that you don't know when it will arrive seems to take away from the finiteness of life. It's that terrible precision that we hate so much. But because we don't know, we get to think of life as an inexhaustible well. Yet everything happens a certain number of times, and a very small number, really. How many more times will you remember a certain afternoon of your childhood, some afternoon that's so deeply a part of your being that you can't even conceive of your life without it? Perhaps four or five times more. Perhaps not even. How many more times will you watch the full moon rise? Perhaps twenty. And yet it all seems limitless.” 

Paul BowlesThe Sheltering Sky


“La muerte está siempre al acecho, pero el hecho de que no sepamos cuándo llegará parece suprimir la finitud de la vida. Lo que tanto odiamos es esa horrible precisión. Pero como no sabemos, llegamos a pensar que la vida es un pozo inagotable. Sin embargo, todas las cosas ocurren sólo un cierto número de veces, en realidad muy pocas. ¿Cuántas veces recordarás cierta tarde de tu infancia, una tarde que es una parte tan profunda de tu ser que no puedes concebir siquiera tu vida sin ella? Quizá cuatro o cinco veces más. Quizá ni eso. ¿Cuántas veces más verás salir la luna llena? Quizá veinte. Y, sin embargo, todo parece ilimitado.”



Paul Bowles, El cielo protector