Cuando ellos se van, ella vuelve a su sueño. No quiere sentir el sabor metálico en la boca, la garganta seca y el escalofrío. Se tumba sobre la tierra y se deja acariciar la espalda por los sauces llorones, que sean las hojas quienes bullan en su vientre y los astros quienes la protejan. No quiere paraísos artificiales. Prefiere que susurre en su oído la música del viento o de las olas del mar cuando la tierra se torna arena, y que algún faro la alumbre.
Cuando
ellos se van, ella se embarca en algún buque imaginario y hace de su
camarote su reino. Desde él construye acogedoras ciudades con casas de
muñecas y ventanas desde las que siempre se ven la estrellas. En esas
casas están ellos, tal y como los recuerda cuando ellos la amaron como
ella deseaba que la amaran, en perfecto silencio y con mirada
hambrienta. Cada uno en su estancia, conformando un paisaje en el tiempo.
Cuando
ellos se van, ella se queda, ya no huye buscando escenarios imposibles,
pero tampoco espera. Vuelve a sus cálidos cuarteles de invierno, aunque
sin armas de defensa y sin cerrojos. Y no coloca la placa de prohibida
la entrada. Si alguien llama a la puerta, se aproxima lentamente hacia
ella, sin premura, acerca el ojo a la mirilla y, si la imagen borrosa
del rostro que ve al otro lado le resulta familiar, entreabre la puerta y
le cede el paso.
Amparo de Vega Redondo
Bellísimo.
ResponderEliminar¡Gracias!
ResponderEliminarQue bello!!
ResponderEliminarGracias, lector o lectora anónimo...
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