En ellas comienzo y en ellas termino, en las palabras que te dejé en una nota enterrada en tu desorden alternativo, junto a la bicicleta oxidada, cuando aún resonaba en mis oídos la trompeta de Miles. El muro de Berlín aún no había caído y nos encontramos en un local de Kreuzberg. Enseguida supe que tú no eras el príncipe que se deslizaba por la partitura de ébano. No entendías la ternura, ni la profundidad de los besos periféricos que recorren los labios. El tequila nos allanó tanto el camino que llegamos con premura, sin disfrutar de paisaje alguno, a tu destino, que no era el mío. Al despertar, la música cesó de manera abrupta, supe que mi príncipe aún estaba por llegar y que tú habías dejado escapar a tu princesa.
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