A Pablo
No volveré a a Venecia sin ti. Te llevé en invierno y te mostré la ciudad inundada, tal como yo la había visto una Navidad lejana en un viaje de a uno, cuando tú eras aún un ser contingente e insospechado. Una Venecia distinta a la que muestra el verano, cuando la visité por vez primera . Un menor aluvión de turistas, un horizonte más brumoso, el predominio del gris, y un aire cortante que nos dañaba el rostro al surcar el Gran Canal fondeando en sus dos márgenes.
Cogimos el vaporetto en la Ferrovía tras llegar a la estación de Santa Lucía, inmensa. Recuerdo el asombro iluminado en tu cara cuando avanzábamos por un raíl llegando a la isla, al conjugarse esos dos elementos que tanto te fascinan.
Tú querías ir al Lido para bañarte en su playa, aunque hiciera frío y lloviznara. "No tengo frío", decias, pero tus manos estaban heladas. No te importaba Lla Salutte, La Academia o la Isla de San Michele, donde reposan los cuerpos desprovistos de sus almas. Eras demasiado pequeño para poder apreciar la belleza de San Marcos, el puente Rialto o los estrechos canales en los que nadie se detiene.
Pero siempre he creído que todas esas imágenes que me he empeñado en que contemplaras, a pesar de tu rechazo o desinterés, se irían depositado en algún lugar de tu memoria y que tu retina las habrá captado en aquel preciso instante en el que te dije "¡Mira!" y tú miraste, aunque fuera durante una fracción de segundo y con desgana. Seguramente, de tu archivo de ruta, y con el tiempo, cualquier día irán surgiendo, aunque aparentemente no recuerdes nada.
Nuestro viaje de a dos en la ciudad que se hunde lentamente me hacía recordar aquel otro viaje, también de a dos, en el que comenzaste a ser un proyecto, antes de que mis ilusiones empezaran a naufragar a lo largo de diversas travesías, poco a poco. Era aquella una Venecia en primavera, muy distinta, exenta de melancolía y sueños rotos.
Sé que ni siquiera ahora te dejarías conmover por el Adagietto de Mahler, la búsqueda de inspiración de Gustav von Aschenbach, aunque sepas pronunciar su nombre mucho mejor que yo, la belleza andrógina de Tadzio o los fotogramas de Visconti.
Pero esa última Venecia está en ti y tú en ella, aunque lo ignores. Por eso sé que nunca volveré allí si no es contigo.
Amparo de Vega Redondo
No sę si he captado quién es el destinatario de este texto
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