miércoles, 10 de diciembre de 2014

Alfombra de hojas








                            


                                                            



Hoy los árboles me han prestado sus hojas. Han tejido una alfombra mullida bajo mis pies y me han llevado a lo largo de la ciudad fría, apenas amanecida. Se han detenido en la plaza solitaria, que en unas horas estará atestada de turistas, con el minarete engalanado de pascueros, y han llamado mi atención para que contemplara la luna a medio deshacer, oculta tras él.

Desde hacía tiempo no escuchaba el bullicio de la ciudad temprana, el sonido intermitente de los pasos sobre el asfalto, el estruendo de los coches, el susurro de las voces que madrugan, y ese ruido sordo que nunca cesa.

Hacía tiempo también que no reparaba en los altos de los edificios que jalonan el camino que recorro dos veces al día, ni en los rostros que me cruzo en distintos puntos de él, casi siempre a la misma altura y que funcionan como un reloj impreciso. Además, hoy me he fijado en sus atuendos, sus ritmos. Los que caminan solos apenas miran, ensimismados,y los que transitan acompañados no se miran entre sí,

Al llegar a la Plaza Central, junto a la iglesia, apagadas ya las últimas luces nocturnas, escucho un martilleo insistente que rompe la paz de la mañana: apuntalan los paneles para los kioscos navideños. Luego camino a lo largo de esa calle estrecha en cuyas aceras te rozan los brazos.

Y por fin atravieso el puente, ese lugar del que penden todas mis dudas y en el que a veces me detengo como en un extraño asedio al que me lleva la inercia. Por un instante vacilo entre seguir adelante o volver atrás, pero estoy casi a mitad de camino y me siento atrapada. Es entonces cuando se produce el espanto y me hago pequeña. 

Pero recuerdo que hoy me aúpa una alfombra de hojas. Intento sentir su acolchada superficie. Me apoyo en la baranda del puente y respiro hondo. Mi corazón se calma. Ya se ha hecho el día. Miro el edificio espigado en la otra margen del río, aún por terminar. Lo he ido viendo crecer en estos últimos años  y, casi siempre que lo observo, recuerdo que hay algo de mi fisonomía que se rompió cerca de él.

Reemprendo el camino y llego a mi destino. De repente me viene a la cabeza ese hombre apostado a la entrada de la iglesia, sentado en su silla y que sostiene un vaso de plástico. Siempre da los buenos días a los peatones que pasan delante de él. Yo nunca le  respondo. Es como si no quisiera verle, contemplar sus piernas tullidas y encontrarme con su mirada. Reparo en que hoy, cuando creía que mis sentidos volvían a estar atentos al paisaje urbano, no lo he visto.

Mañana le miraré y le daré los buenos días con una sonrisa.

Las hojas se han mojado, pero pronto las secará el sol radiante de Diciembre.



Amparo de Vega Redondo


Wet leaves by Scott Chitwood




 







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