Casi todos nuestros temores, deseos y sueños habitan un lugar solitario que está dentro de nosotros y en el que, paradójicamente, muchos confluimos, a veces a destiempo, otras compartiendo espacios paralelos. A este lugar solitario en el que buscamos refugio y respuestas a través de la música, la literatura, el cine, la pintura, el ARTE, sois todos bienvenidos.
Her smile dances like the warm sun of Sevilla,
Her eyes gleam like mystical stars on a dark beautiful night,
So radiant the woman, I see an artist at heart,
A weaver of dreams and a painter of hope,
She is but a stranger, a muse to my words,
If I could write all day and all night,
A milllion words and a million pages,
I still would fail at describing the beauty I see...
Frankie Cool
Baila su sonrisa como el cálido sol de Sevilla
Brillan sus ojos como místicas estrellas en una hermosa noche oscura,
En el fondo de esa mujer tan radiante, veo a la artista,
Tejedora de sueños y pintora de ilusiones.
No es sino una desconocida, musa de mis palabras,
Aunque pudiera escribir todo el día y toda la noche
Un millón de palabras y un millón de páginas,
No lograría describir la belleza que veo... Frankie Cool
A pesar de ser considerado el principal representante del Realismo Sucio, a pesar de su lenguaje soez, sus relatos de ambientes sórdidos, su errática vida y su carácter nihilista y autodestructivo, había en Bukowski una capacidad para advertir la magia. Por mucho que se empeñara, había veces que no podía impedir que el pájaro azul que había en su corazón saliera.
Porque la magia no es más que saber percibir lo extraordinario en lo ordinario, tal y como narra este bello poema, Nirvana:
Solo un alma sensible es capaz de percibir algo así. Y la sensibilidad de Bukowski se aprecia ya incluso en esos relatos de verbo grosero, excesivamente explícito y que no evita lo escatológico; se percibe en la lectura entre líneas y se hace definitivamente patente en ese poema que es toda una declaración de principios y que dedico a todos aquellos que guardan un pájaro azul en algún lugar.
Bluebird
there's a bluebird in my heart that wants to get out but I'm too tough for him, I say, stay in there, I'm not going to let anybody see you. there's a bluebird in my heart that wants to get out but I pour whiskey on him and inhale cigarette smoke and the whores and the bartenders and the grocery clerks never know that he's in there.
there's a bluebird in my heart that wants to get out but I'm too tough for him, I say, stay down, do you want to mess me up? you want to screw up the works? you want to blow my book sales in Europe? there's a bluebird in my heart that wants to get out but I'm too clever, I only let him out at night sometimes when everybody's asleep. I say, I know that you're there, so don't be sad. then I put him back, but he's singing a little in there, I haven't quite let him die and we sleep together like that with our secret pact and it's nice enough to make a man weep, but I don't weep, do you?
Charles Bukowski
Pájaro azul
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí dentro, no voy
a permitir que nadie
te vea.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero yo le echo whisky encima y me trago
el humo de los cigarrillos,
y las putas y los camareros
y los dependientes de ultramarinos
nunca se dan cuenta
de que está ahí dentro.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres
montarme un lío?
¿es que quieres
mis obras?
¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros
en Europa?
hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir
a veces por la noche
cuando todo el mundo duerme.
le digo ya sé que estás ahí,
no te pongas
triste.
luego lo vuelvo a introducir,
y él canta un poquito
ahí dentro, no le he dejado
morir del todo
y dormimos juntos
así
con nuestro
pacto secreto
y es tan tierno como
para hacer llorar
a un hombre, pero yo no
lloro,
¿lloras tú?
Hubo algo en la música de los 80 de este país que llenó de magia aquellos años: Los Secretos, Nacha Pop, Revolver, por no hablar de las canciones como punzadas de Nacho Vega...
Ella espera
Sobre la roca en musgo
Mientras escucha el agua
Espera en el banco
Que mira al puente
Sobre un río seco
Pero mientras espera y mira
Vuela por las azoteas
Entra en dédalos, cruza mares
Se desplaza por ciudades
Ella espera
Acaricia retales descoloridos
Que lleva en los bolsillos.
Espera en la estación
Deja pasar trenes
que no persiguen sus sueños
Pero mientras espera y mira
Sigue cantando y baila
Celebra el día y acaricia la noche
Nunca se detiene
Ella espera
Seguirá esperando
Su ilusión intacta
Sigue siendo
La chica de ayer
Ejercicio literario a partir del relatode Ernest Hemingway El gato bajo la lluvia
Eran los dos
únicos americanos hospedados en aquel hotel. El resto lo componían unos cuantos turistas británicos, algunos franceses e italianos de la
península. Era temporada baja. La habitación de ellos estaba en la primera planta, con vistas al
mar y a la piazzetta: una plaza con soportales bordeados de palmeras y la
iglesia gótica en el centro. Cuando hacía buen tiempo siempre había algún
pintor con su caballete. A los pintores les gustaba el escenario que conformaban
los pequeños hoteles, la luz de la isla reflejada en las vidrieras de la iglesia
y el mar como telón de fondo. Pero hoy llovía. La lluvia goteaba de las
palmeras y formaba charcos en los adoquines de piedra. El mar, embravecido, se
confundía con la lluvia. Un camarero del restaurante del hotel contemplaba la piazzetta
vacía.
La mujer americana mirabaa través de la ventana. Apenas podía distinguir los faraglioni,
que quedaban ahora sumergidos en el oleaje. Justo debajo, un chico de poco más
de doce años se acurrucaba contra un pilar del soportal que daba entrada al
hotel.
“Voy a bajar a
darle unas monedas a ese niño para que se tome un chocolate caliente en el
café”.
“Vamos, Kit, no
empieces. No querrás alimentar a todos los vagabundos de la isla,” dijo su
marido desde la cama y sin mirarla.
“Vuelvo
enseguida,” respondió ella mientras se ponía el abrigo y cogía un pequeño bolso
de mano.
“Ten cuidado, no
te mojes”, dijo él sin levantar la mirada de un cuadernillo de crucigramas.
Mientras bajaba la escalera, Kit se
preguntaba cómo alguien podía poner tanto interés en un pasatiempos. Como si el
tiempo hubiera que matarlo o hacer que transcurriera más aprisa. Confiaba en
que el tiempo mejorara y pudieran hacer la visita a Segesta. Cuando atravesó el
vestíbulo, el encargado del hotel, un hombre de unos cincuenta años, alto y
robusto, y elegantemente trajeado, la saludó con una sonrisa.
“¿No lleva paraguas, Signora?”, le
dijo.
“No pensé que fuera a necesitarlo aquí,”
respondió ella.
Le gustaba aquel hombre: su amabilidad y discreción, a la par
que sus continuas atenciones para con ella. Además le atraía su corpulencia y,
sobre todo, sus manos: grandes, de dedos largos y uñas cuidadas.
Hotel Riviera en Rapallo (italia) en el que Hemingway situa la acción de El gato bajo la lluvia
Abrió la puerta y se asomó a la calle.
Llovía con fuerza. Volvió a fijarse en aquel vestido rojo que llevaba una
estilizada maniquí de cintura estrecha en el escaparate de la tienda de enfrente,
junto al café. Ahora, conforme se iba encapotando el cielo, destacaba aún más
aquella mancha roja, acaparando su atención. El chico había desaparecido del
soportal. Pensó que no debía haberse ido muy lejos debido a la fuerte lluvia.
Se subió las solapas del abrigo y estaba buscando algo en el bolso cuando vio
que un paraguas se abría tras ella. Era la chica que limpiaba las habitaciones,
enviada por el encargado del hotel.
“Vamos, cúbrase”, le dijo.
“Gracias”, respondió ella. “¿No habrá
visto usted a un niño que estaba antes por aquí?”, le preguntó.
“¿Un niño?”, respondió sorprendida la
criada. “¿Con este tiempo? Vamos, entre, se va a poner perdida”, añadió.
“Me hubiera gustado invitarle a un chocolate caliente. Parecía estar aterido
de frío y no tener a donde ir”, respondió ella, mientras seguía mirando en
dirección al café.
Volvió a posar la mirada en el escaparate de la tienda de al
lado en el que resaltaba el vestido rojo ajustado.
“¿Le importa prestarme el
paraguas unos minutos?”, preguntó la americana mientras se lo arrebataba de las
manos sin dar tiempo a una respuesta. Luego salió precipitadamente en dirección
al café.
Porter seguía tumbado en la cama. Había dejado el cuadernillo de
pasatiempos sobre la mesita de noche y fumaba un cigarrillo. Tenía la mirada
fija en el techo. Daba grandes bocanadasy exhalaba el humo formando anillos. Se levantó, se acercó a la ventana
y contempló la plaza casi vacía. Comenzaba a oscurecer, aunque todavía no
sintió la necesidad de encender la lucecita de la mesita de noche. Cuando
volvía hacia su cama se detuvo ante la cómoda. Abrió el joyero de viaje de Kit
y cogió un desgastado broche de carey con incrustaciones en plata que
representaba a un angel. Se lo había comprado en París, en uno de los primeros viajes
que habían hecho juntos a Europa. El cierre estaba roto y no encajaba bien. Se
miró en el espejo. Necesitaba un afeitado y una ducha. Llevaba un par de días
sin apenas salir del hotel. Bostezó y volvió a tumbarse en la cama.
La mujer americana, tras devolverle el paraguas, intercambiaba ahora unas
palabras con el encargado del hotel. Llevaba una bolsa de plástico colgando de su muñeca. Se arregló
el flequillo y se pasó la mano por la nuca, desnuda y fría. Echó de menos su
antigua melena, que la protegía durante el invierno y le daba un aspecto más
femenino. Aquel hombre, no sabía muy bien por qué, le infundía una extraña
sensación, la de hacerla sentir como una niña y mujer a la vez. Intercambiaron
una sonrisa. Mientras subía la escalera sintió una leve punzada en la parte
baja del vientre.
Kit abrió la puerta de su habitación. Apenas podía ver algo. Pensó que Port
habría salido a comprar tabaco. Entró en el baño y se puso el vestido rojo de
cintura estrecha que acababa de comprar.
Le quedaba perfecto, a excepción del escote, que se le abría un poco y dejaba
mostrar el nacimiento del pecho.Se
arregló el pelo, se maquilló los ojos y dio un toque de carmín a sus labios,
intentando que parecieran un poco más gruesos. Iba a pedirle a Porter que la
llevara a cenar a alguna de las trattorias que había en el paseo marítimo, que
se llenaba de pequeñas luces procedentes de las velas que había sobre las
mesas. Se acordó del chico que había visto antes protegiéndose de la lluvia y
se preguntó dónde estaría.
Salió del baño y encendió la luz de la cómoda.Se sentó frente al espejo y se miró en él.
Frotó los labios para distribuir mejor el carmín y luego se puso unas gotas de
perfume. Abrió su joyero de viaje y rebuscó en el interior hasta encontrar el
broche que Porter le había regalado unos años atrás. Lo había visto en un
escaparate de una tienda de París, en el primer viaje que habían hecho juntos
después de casarse, y se había encaprichado de él. No es que fuera muy valioso,
pero le tenía un cariño especial, y siempre lo llevaba con ella. Hacía tiempo
que no se lo ponía. Enganchó las dos partes del escote en un intento por
cerrarlo un poco. Estaba demasiado subido, así es que volvió a sacar la aguja
del cierre y lo enganchó un poco más abajo, lo justo para cubrir el nacimiento
de sus senos. Lo engarzó como pudo ya que el cierre no estaba en muy buen
estado. Se contempló el rostro detenidamente y por primera vez desde que había
entrado en la habitación reparó en la cama.
Porter dormía profundamente. Se
acercó hasta él y se sentó en su lado de la cama mientras lo contemplaba. Tenía
el pelo alborotado, no se había afeitado y llevaba la misma camiseta de los dos
últimos días. Se acababa de encender la farola que había justo debajo de su
habitación. Se levantó de la cama y cogió su bolso. Tomaría algo en el
restaurante del hotel, pensó.
Fabio Hurtado. Ensueño II (2013) 48 x 58 cms pastel.
El encargado le salió al paso apenas la vio bajar la escalera. Cuando la
americana le dijo que su marido dormía y que iba a cenar algo ligero en el
hotel, se le iluminaron los ojos y la acompañó hasta la puerta del restaurante.
Le hizo una señal al maître y le dijo algo en voz baja. Este le condujo hasta
una mesa junto a la ventana, desde la que podía verse el mar y las luces
procedentes de los pintorescos locales del paseo marítimo. Ahora tan sólo
lloviznaba. El encargado seguía allí, junto al maître, asegurándose de que todo
estuviera en su sitio.
“Está usted piu bella, Signora”, le dijo mientras retiraba la silla para
que la americana se acomodara. “¿Le apetece tomar algún aperitivo?”, le
pregunto sin poder evitar posar los ojos en su escote. Ella estuvo a punto de
denegar el ofrecimiento, pero cambió de idea y dijo tras dudar un instante:
“Si, gracias, me tomaría un martini bianco”. Apenas dicho esto vio tras la
ventana al chico, caminando con las manos en los bolsillos de la chaqueta, en
dirección al café.
La americana se levantó de inmediato de la silla y salió por la puerta
del restaurante que daba a la calle. Salió corriendo tras el muchacho mientras
gritaba:
“¡Bambino, bambino!”
Llegó hasta el café, pero el chico había torcido
una esquina y lo había perdido de vista una vez más. Volvía a llover con
fuerza. Sintió una gota de agua caer en su pecho y entonces se dio cuenta de
que había perdido su broche. Casi podían entreverse sus pezones rígidos bajo el
agua de la lluvia. Corrió hacia el hotel y atravesó apresuradamente el vestíbulo.
Subió la escalera y entró en la habitación.
El ambiente estaba cargado. Se
quitó el vestido y se puso el camisón. Encendió la lamparita de la cómoda, para
no molestar a Porter. Abrió la ventana. No se veía a nadie en la calle, y no
paraba de llover. A través de una de las ventanas del edificio de enfrente vio
a un hombre y a una mujer arrellanados en un sofá frente al televisor, cada uno
en un extremo.Entonces llamaron a la
puerta. Kit la abrió y dio paso a la limpiadora. Traía su broche de carey con
incrustaciones en plata representando a un angel.
“Disculpe, Signora”, dijo. “Un niño le entregó esto al padrone y me ha
pedido que se lo trajera”.
El poeta griego Constantino P. Kavafis nació en Alejandría (Egipto) el 29 de abril de 1863 y murió 70 años después, el mismo día y en la misma ciudad. Pertenecía a una familia originaria de Constantinopla (actual Estambul) que había emigrado a Alejandría para el desarrollo de un negocio dedicado a la exportación de algodón egipcio y a la importación de paño inglés. Los éxitos comerciales del padre llevaron a la familia a disfrutar de una vida burguesa entre las élites extranjeras alejandrinas. Solía escribir sus poemas en páginas sueltas en su casa o en los cafés de la ciudad, páginas que distribuía a las personas que él mismo elegía. El reconocimiento público de su grandeza poética le llegó, como a tantos otros (su contemporáneo Fernando Pessoa, entre otros, con quien compartió algunas similitudes) tras su muerte. Aunque es difícil hacer una selección representativa de sus poemas, y dejando aparte el reconocido y mítico "Ítaca", he elegido tres que, además de ser muy conocidos, representan algunas de las temáticas más recurrentes en su obra: el hedonismo, la lealtad a sí mismo y la ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida.
VUELVE
Vuelve a menudo y tómame, amada sensación, vuelve y tómame - cuando del cuerpo la memoria se despierta, y un antiguo deseo vuelve a pasar por la sangre; cuando los labios y la piel recuerdan y las manos sienten como que tocan otra vez. Vuelve a menudo y tómame en la noche, cuando los labios y la piel recuerdan...
K.P.Kavafis-portraits.titina-chalmatzi.com
CUANTO PUEDAS Y si no puedes hacer tu vida como la quieres, en esto esfuérzate al menos cuanto puedas: no la envilezcas en el contacto excesivo con la gente, en demasiados trajines y conversaciones. No la envilezcas llevándola, trayéndola a menudo y exponiéndola a la torpeza cotidiana de las compañías y las relaciones, hasta que llegue a ser pesada como una extraña.
Alejandría
LA CIUDAD
Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar. Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta. Todo esfuerzo mío es una condena escrita; y está mi corazón - como un cadáver - sepultado. Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo. Donde mis ojos vuelvan, donde quiera que mire oscuras ruinas de mi vida veo aquí, donde tantos años pasé y destruí y perdí". Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares. La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo y en estas mismas casas encanecerás. Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes- no hay barco para ti, no hay camino. Así como tu vida la arruinaste aquí en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.
George Ault , Mosaico en Manhattan, 1947. Óleo sobre lienzo, 81 x 45.7 cm, Brooklyn Museum, Nueva York
"When this old world starts getting me down And people are just too much for me to face I climb way up to the top of the stairs And all my cares just drift right in to space On the roof, it's peaceful as can be and there the world below don't bother me So when I comehomefeeling tired and beat, I'll go up where the air is fresh and sweet."
"Cuando me siento abatida por este mundo Y se me hace demasiado difícil enfrentarme a la gente Subo hasta el final de la escalera Y todas mis preocupaciones van a la deriva a través del espacio
En el tejado reina la paz y el mundo que queda más abajo no me molesta. Así es que cuando llego a casa sintiéndome cansada y derrotada, subo allí donde el aire es fresco y agradable"
Esta canción (Up on the roof/Arriba en el tejado) escrita por Gerry Goffin y Carole King, la grabaron The Drifters en 1962 y fue un hit por aquél entonces. Posteriormente Carole King la incluyó en uno de sus álbumes y James Taylor, que colaboró con ella en otros temas, también hizo una versión. Yo solía escucharla cuando tenía unos 14 o 15 años en el despacho de mi padre con unos cascos que me aislaban absolutamente de todo. Ese era mi tejado.
Ahora que James Taylor va a dar un concierto en Sevilla, vienen a mí muchas de sus canciones que tantas veces escuché en mi adolescencia. Esta es una de ellas.
Quiero al Sur, su buena gente, su dignidad, siento el sur, como tu cuerpo en la intimidad.
Astor Piazzolla
La
vida de ella con otros ya no le interesaba. Sólo quería su majestuosa
belleza, el teatro de sus expresiones. Quería la diminuta y secreta
imagen que había entre ellos, la profundidad de campo mínima, su
intimidad de extraños, como dos páginas de un libro cerrado
Michael Ondaatje
No es lo que veo
Ni siquiera lo que miro
Sino el modo en que lo hago
Los chorros de agua que brotan
Entre los dedos de mis pies
A puerta cerrada y ventana abierta
El paisaje que discurre
Tras las ventanillas
Del vagón que me lleva
Es lo que percibe
La lente de una cámara
En su total rudeza
Lo que sueño despierta
Y lo que de pronto recuerdo
Sin conciencia de haber vivido
Es lo que esconde
Entre sus pétalos
El iris salvaje del desierto
La flor de la vida
Tú me la entregaste
Lo que mis muslos silencian
En su invisible recato
Tras la aparente desnudez
Y la entrega absoluta
Lo que revela
Mi espejo de aumento
Que solo yo
puedo ver
Mis propios brazos
Cuando me abrazan
Y mis propios labios
Cuando me besan.
Lo que es solo mío
Lo que no podrás quitarme
Y lo que me permite
Ser quien soy
Y lo que, en parte,
Y solo en parte,
Podrá ser tuyo
Si consigues traspasarme.
"La tierra giró para acercarnos, giró sobre sí misma y en nosotros, hasta que por fin nos juntó en este sueño".
Este texto que cita el personaje de Paul Rivers (interpretado por Sean Penn) procede de un poema del poeta y ensayista venezolano Eugenio Montejo, La tierra giró para acercarnos:
La tierra giró para acercarnos giró sobre sí misma y en nosotros, hasta juntarnos por fin en este sueño como fue escrito en el Simposio. Pasaron noches, nieves y solsticios; pasó el tiempo en minutos y milenios. Una carreta que iba para Nínive llegó a Nebraska. Un gallo cantó lejos del mundo, en la previda a menos mil de nuestros padres. La tierra giró musicalmente llevándonos a bordo; no cesó de girar un solo instante, como si tanto amor, tanto milagro sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito entre las partituras del Simposio. Eugenio Montejo
La cita se inserta en el diálogo entre Paul Rivers (Sean Penn) y Cristina Peck (Naomi Watts): Paul: -Hay un número oculto en cada acto de la vida, en cada aspecto del universo, fractales, materia… hay un número que clama por decirnos algo…. te estoy aburriendo. Cristina: -No, no, yo…, lo siento. Paul:-Lo sé, lo que intento explicar es que los números son una puerta para entender un misterio que es mayor que nosotros. El modo en que dos personas desconocidas llegan a conocerse. Hay un poema de un escritor venezolano que empieza: “La tierra giró para acercarnos más, giró sobre si misma y en nuestro interior hasta que por fin nos reunió en este sueño” Cristina: -Muy bonito Paul:-Tienen que ocurrir tantas cosas para que dos personas se conozcan. En el fondo, eso son las matemáticas.
Si lo pensamos, es necesaria una ecuación tan compleja para que dos personas se encuentren...
Y este es el texto que escuchamos en off en la escena final de la película:
"How many lives do we live? How many times do we die? They say we all lose 21 grams... at the exact moment of our death. Everyone. And how much fits into 21 grams? How much is lost? When do we lose 21 grams? How much goes with them? How much is gained? How much is gained? Twenty-one grams. The weight of a stack of five nickels. The weight of a hummingbird. A chocolate bar. How much did 21 grams weigh?"
"Cuántas vidas vivimos? ¿Cuántas veces morimos? Dicen que todos perdemos 21 gramos en el momento exacto de la muerte, Todos. ¿Cuánto cabe en 21 gramos? ¿Cuánto se pierde? ¿Cuándo perdemos 21 gramos? ¿Cuándo se va con ellos? ¿Cuánto se gana? ¿Cuánto se gana? 21 gramos. El peso de 5 monedas de 5 centavos. El peso de un colibrí, De una chocolatina. ¿Cuánto pesaban 21 gramos?"
Ellar Coltrane en la película Boyhood de Richard Linklater
Ejercicio literario inspirado en el relato Parece una tontería de Raymond Carver
Todo
empezó una noche de comienzos de agosto. Las moscas se agolpaban
tras la mosquitera de la ventana del dormitorio de Elisa. “Una
plaga”, pensó. Vio pasar una bicicleta apresuradamente por el
camino de las palmeras. No llevaba luces, pero la distinguió por el
brillo plateado de su carrocería. Entonces recordó que la mañana
siguiente debía encargar una tarta de cumpleaños para Andrew.
Quería que tuviera una bonita fiesta, que no echara de menos la
ausencia de sus padres, ni las celebraciones a las que estaba
acostumbrado en Colchester, la pequeña ciudad del sur de Inglaterra en la que vivía. Hacía casi dos
semanas que residía con ellos, y le estaba costando trabajo
habituarse a las costumbres de su nueva familia. Elisa había hablado
con sus padres en dos o tres ocasiones, para tranquilizarles, al
igual que ellos habían hecho con ella cuando su hijo Oscar estuvo
residiendo con la familia de Andrew el verano anterior.
Se acostó y leyó unas
páginas del último dominical. No podía conciliar el sueño.
Imaginó la fiesta de Andrew y se puso a pensar en el diseño de la tarta hasta que se quedó
dormida.
A
la mañana siguiente se acercó a la pastelería y encargó una tarta
de chocolate con el nombre de Andrew y un Happy
birthday
rodeado de doce velas. Las moscas se apelotonaban sobre los
cubretartas. Se aseguró que estaría lista para el día siguiente y
que la enviarían a casa poco antes de las seis, hora en la que
comenzaría la fiesta sorpresa que Oscar y sus amigos estaban
preparando para él. Salió a la calle. Acababan de regar el asfalto
para aplacar el calor de los primeros días de agosto. Eran pasadas
las once. Se detuvo en el paso de peatones enfrente de casa. Entonces
viosalira Oscar y luego el cuerpo menudo y las enclenques piernas
de Andrew a la zaga. Estaban frente a ella. Levantó la mano para
llamar su atención, como si quisiera enviarle una señal. “Recuerda
Andrew, aquí debes mirar a tu izquierda antes de cruzar la calle”.
Le había repetido estas mismas palabras varias veces desde que había
llegado.
El niño miró instintivamente a su derecha y adelantó a Oscar.
Luego miró a Elisa, y poco después fue arrollado por una bicicleta.
Ella corrió hasta él. El ocupante de la bicicleta se acercó para
auxiliarle, pero el pequeño Andrew se incorporó sin ayuda y comenzó
a caminar cabizbajo en dirección a casa diciendo “It´s OK, It´s
OK”. Subió a su habitación. Parecía aturdido, y se recostó en
la cama. Dijo que tenía frío. Elisa sacó una colcha del armario y cubrió su cuerpo menudo. Bajó la persiana y le dejó descansar. Pensó
en llevarle al médico esa misma tarde cuando Víctor, su marido,
hubiera vuelto a casa. Oscar jugaba con sus amigos en el parque del
barrio. Elisa entraba periódicamente en el cuarto de Andrew, en penumbra,
para echarle un vistazo mientras preparaba la comida. Un haz de luz procedente de las rendijas de la
persiana le guiaba el camino hasta su cama. Una de las veces posó la
mano sobre su pecho, como solía hacerlo con Oscar cuando era un
bebé, para asegurarse de que respiraba. Parecía dormir
profundamente, pero Elisa sintió un pellizco en el estómago y no
pudo evitar zarandearle. Andrew no reaccionaba.
Se asustó y llamó a Víctor al trabajo. Le contó a trompicones lo
que había ocurrido. Él le dijo que lo llevara de inmediato al
hospital y que no le dejara dormir.
Primero llegó Victor, y
poco después el médico. “Tiene un traumatismo craneoencefálico y
un pequeño coágulo”, les dijo. Ella le explicó las
circunstancias en las que Andrew estaba con ellos. El médico les
recomendó que se pusieran en contacto con sus padres, si bien no era
necesario alarmarlos ya que consideraba que el niño no corría
peligro. Elisa no paraba de morderse las uñas. Mientras contemplaba
la piel blanca y traslúcida del pequeño, que dejaba al descubierto
sus frágiles venas azuladas, se preguntaba cómo iba a explicárselo
a sus padres. Luego se fijó en sus zapatos vacíos, que parecían
echar de menos sus pies.
Pasaron varias horas.
Andrew estaba inconsciente, intubado y rodeado de máquinas. Elisa
no quiso abandonar el hospital cuando llegó la noche. Vio desfilar
ante ella en el amplio hall del hospital miradas cansadas, sin apenas
expresión, envueltas en un pesado silencio que acentuaba el olor a
éter y a asepsia.
A primera hora de la
mañana el médico hizo su ronda rutinaria. Reconoció a Andrew
mientras Elisa mantenía la mirada fija en su rostro; analizaba cada
uno de sus gestos buscando algún indicio que denotara preocupación,
al igual que hacía cuando tenía que volar y observaba la
expresión de los auxiliares de vuelo para ver si todo transcurría
con normalidad. Finalmente el médico la miró fijamente y le dijo:
“Creo que debería ponerse en contacto con su familia. No es normal
que siga sin reaccionar. Sus padres deberían estar aquí por si
surge alguna complicación”. A Elisa comenzaron a temblarle las
piernas. No podía olvidar la imagen de Oscar y Andrew ante el paso
de peatones y todo lo que había ocurrido a continuación, sólo que
ahora era a su propio hijo a quien veía arrojado en la calzada. Telefoneó a su marido para pedirle que llamara a los padres de
Andrew. Ella se sentía incapaz de hacerlo. Un cuarto de hora después Víctor se presentó en el
hospital. ya había hablado con ellos y les había comunicado lo que había ocurrido; pensaban
coger el primer vuelo disponible. Les llamarían desde el aeropuerto
cuando llegaran. "Vete a casa”, le dijo. “Necesitas
descansar. Date un baño y duerme un poco”. Elisa se fue con la
esperanza de que los acontecimientos llegaran a una resolución feliz
durante su ausencia.
Comió
un poco y se preparó un baño caliente. Luego se tendió en la cama
y dio una cabezada que se prolongó hasta que sonó el teléfono.
Eran pasadas las cinco. Cuando Víctor le dio la noticia, se dirigió
a la habitación de Andrew. Seguía en penumbra, con el hueco de su
cuerpo en el colchón, el olor a lavanda y un haz de luz proyectada
sobre sus zapatillas de superman vacías que parecían reclamar su
presencia. El teléfono sonó de nuevo. Eran los padres de Andrew.
Acababan de llegar. Elisa no fue capaz de decirles nada. Se vistió,
cogió su bolso y abrió la puerta para dirigirse al aeropuerto. Un joven se aproximaba a casa con
la tarta de cumpleaños que había encargado la mañana anterior: una
tarta de cumpleaños de chocolate con un happy
birthday
rodeado de doce velas. Pagó al chico de la pastelería y llevó la
tarta a la cocina. Dejó las llaves del coche sobre la encimera y estuvo a punto de embadurnar su dedo de chocolate,
pero se contuvo. La cubrió
con uno de esos protectores de repostería que parece un parasol para
protegerla de las moscas. Se quedó mirando por la ventana durante unos segundos sin saber que hacer. Luego reparó en las llaves; las cogió y se dirigió a la
habitación de Andrew. Se abrazó a sus zapatillas y luego las guardó en el armario.
Subió al coche. Accionó
el limpiaparabrisas para retirar las moscas muertas amontonadas sobre el
cristal. Eran cerca de las seis cuando iba de camino al aeropuerto.
Por el espejo retrovisor vio una bicicleta adelantarla.